jueves, 10 de marzo de 2011

ENLACE

ENLACE Media Superior es una prueba que tiene como objetivo determinar en qué medida los jóvenes son capaces de aplicar a situaciones del mundo real conocimientos y habilidades básicas adquiridas a lo largo de la Educación Media Superior que les permitan hacer un uso apropiado de la lengua –habilidad lectora– y las matemáticas -habilidad matemática-.

Röyksopp - Remind Me INFOGRAFÍA

INFOGRAFÍA

La infografía es una representación más visual que la propia de los textos, en la que intervienen descripciones, narraciones o interpretaciones, presentadas de manera gráfica normalmente figurativa, que pueden o no coincidir con grafismos abstractos y/o sonidos. La infografía nació como un medio de transmitir información gráficamente. Los mapas, gráficos, viñetas, etc. son infogramas, es decir unidades menores de la infografía, con la que se presenta una información completa aunque pueda ser complementaria o de sintesis.
El término también se ha popularizado para referirse a todas aquellas imágenes generadas por ordenador. Más específicamente suele hacer referencia a la creación de imágenes que tratan de imitar el mundo tridimensional mediante el cálculo del comportamiento de la luz, los volúmenes, la atmósfera, las sombras, las texturas, la cámara, el movimiento, etc.
Estas técnicas basadas en complejos cálculos matemáticos, pueden tratar de conseguir imágenes reales o no, en cuyo caso se habla de fotorrealismo.

martes, 8 de febrero de 2011

COMPRENSIÓN DE LECTURA

Que Internet está revolucionando la vida de los españoles es ya una evidencia, lo que se manifiesta no sólo en que cada vez es mayor el número de los usuarios sino en que está cambiando el perfil de los mismos: disminuye la edad media de los internautas (cada vez hay más adolescentes entre ellos) y aumenta el número de mujeres usuarias, además de bajar el nivel social de los que acceden a la red a medida que su uso se va haciendo más popular.
En España, según declaraciones del presidente de la Asociación de usuarios de Internet, Miguel Subías, el perfil del internauta es el de un joven de veinte a treinta y cinco años, residente en Madrid o Barcelona y de clase media-alta. Pérez Subías declaró que el 75% de los españoles eran usuarios directa o indirectamente de Internet.
En el campo de la educación, la ministra de Educación, Esperanza Aguirre, declaró en la inauguración de Mundo Internet´98 que todos los centros públicos de enseñanza dispondrían de conexión a Internet ese mismo año, lo que calificó de "avance espectacular".
Por otro lado, la implantación de Internet a través de la televisión por cable y la telefonía móvil puede cambiar el futuro de la red, que, gracias al enorme avance en la protección de los datos personales que deben circular por ella para que sea posible llevar a cabo transacciones comerciales, se presenta como una vía privilegiada para el comercio electrónico. El problema sigue siendo la identificación del usuario para evitar fraudes o estafas. Pérez Subías cree, en ese sentido, que la solución podría consistir en dotar a cada usuario de una tarjeta chip y a cada ordenador personal de un lector de este tipo de tarjetas.
Sistemas como la firma digital ya están siendo utilizados por los bancos para garantizar las transacciones comerciales y en un futuro no muy lejano veremos cómo las lacras actuales de la red, con delitos que tanto han calado en la opinión pública, serán, si no eliminados totalmente, sí restringidos hasta el punto de hacerlos prácticamente imposibles.
Preguntas:
1. El perfil del usuario es el de una persona de mediana edad de clases sociales populares.
Verdadero falso
2. La implantación de Internet en televisión ha aumentado la aceptación de la red.
Verdadero falso
3. Pérez Subías propone dotar a los usuarios de una tarjeta chip de identificación para evitar fraudes.
Verdadero falso
EL REY FERNANDO
Conoce todos los asuntos graves o insignificantes del reino, y todos pasan por su mano, y aún cuando aparente oír de buen grado los pareceres de todos, él es quien los resuelve y todo lo dispone... Es diestro en las armas, y así lo ha mostrado antes y después de ser rey. Parece ser muy religioso, hablando con gran reverencia de las cosas de Dios, y refiriéndolo todo a El. Manifiesta gran devoción en los oficios y ceremonias religiosas, lo cual es, por cierto, común a toda la nación. Es iliterato, pero muy urbano. Es fácil llegar hasta él, y sus respuestas son gratas y muy atentas, y pocos son los que no salen satisfechos de sus palabras. Pero dice la fama que en sus obras se aparta muchas veces de sus promesas, o porque las hace con ánimo de no cumplirlas, o porque cuando los sucesos que ocurren le hacen mudar de propósito, no tiene en cuenta lo que antes prometiera...
Observé, cuando era embajador en España cerca del rey don Fernando de Aragón, príncipe prudente y religioso, que, cuando meditaba en empresa nueva o algún negocio importante, lejos de anunciarlo primero para justificarlo en seguida, se arreglaba hábilmente de modo que se dijera por las gentes: "El rey debería hacer tal cosa por estas y aquellas razones", y entonces publicaba su resolución, diciendo que quería hacer lo que todo el mundo consideraba necesario, y parece increíble el favor y los elogios con que se acogían sus proyectos.
Una de las mayores fortunas es tener ocasión de mostrar que la idea del bien público ha determinado acciones en que se está empeñado por interés particular. Esto es lo que daba tanto lustre a las empresas del rey. Hechas siempre con la mira de su propia grandeza o de su seguridad, parecía que tenían por objeto la defensa de la Iglesia o la propagación de la fe cristiana.
1.- Ante los asuntos de su reino, Fernando el Católico:
a) Se desentendía de ellos. b) Los encomendaba a otros. c) Los conocía y resolvía personalmente.
2.- Las decisiones importantes:
a) Las tomaba él después de oír a los demás. b) Las tomaban sus consejeros. c) Las tomaba su esposa Isabel.
3.- ¿Cómo hablaba de las cosas de Dios?
a) Con naturalidad. b) Con gran reverencia. c) Con desprecio.
4.- ¿Qué tenía en común el rey con el resto de la nación?
a) La devoción en los oficios y ceremonias religiosas. b) Las ansias de grandeza. c) La destreza en las armas.
5.- El Rey Católico:
a) Conocía muchas obras literarias. b) No estaba versado en literatura. c) Tenía gran afición a la lectura.
6.- ¿Solía cumplir sus promesas?
a) Siempre. b) Casi siempre. c) Casi nunca.
7.- El autor de este texto era:
a) Conde de Castilla. b) Embajador de España. c) Viajero europeo.
8.- Antes de publicar sus decisiones:
a) Las justificaba públicamente. b) Las consultaba con la Reina. c) Hacía llegar a las gentes las razones de su decisión.
9.- Decía que hacía las cosas por:
a) El bien público. b) El interés particular. c) El bien de sus amigos.
10.- En realidad el Rey buscaba en sus empresas:
a) La defensa de la Iglesia. b) La propagación de la fe cristiana. c) Su propia grandeza o su seguridad.
AVALANCHA DE LECTURA
Muchos estudiantes y profesionales se sienten agobiados ante la constante crecida de material que tienen que leer. Por ejemplo, los estudiantes de Bachillerato o Universidad tienen que hacer con mucha frecuencia trabajos escritos de las distintas asignaturas. Necesitan consultar en multitud de libros, artículos de revistas y publicaciones diversas. De todo ese material han de entresacar las ideas y contenidos que sean aprovechables para la realización del trabajo. Para ello les ayuda mucho la posibilidad de leer con rapidez.
Otro ejemplo puede ser el del director de una pequeña empresa que tiene que leer a diario toda la correspondencia de entradas y salidas para informarse con rapidez y tomar las decisiones oportunas.
Se cuenta que Rockefeller nunca echó al cesto de los papeles un oferta sin haberla leído previamente. Para esto se necesitan unos positivos hábitos de lectura. En España se publican más de 43.000 libros cada año. A éstos habría que añadir los ya existentes y los publicados en el extranjero, para hacernos una idea del crecimiento constante de la bibliografía. También hay que tener en cuenta los 100.000 artículos aparecidos en revistas especializadas, los periódicos, los millares de folletos de propaganda, la correspondencia y la legislación que aparece diariamente. Aunque no haya que leerlo todo, el volumen de material es tan grande que puede resultar agobiante para muchas personas.
Algunos profesionales que necesitan leer mucho cada día suelen hacerse su propio método de lectura y logran rendimientos superiores a los demás. Pero la mayor parte de los lectores tienen una destreza de lectura no demasiado satisfactoria. Aprendieron a leer en la escuela pero no se han preocupado de adquirir hábitos positivos de lectura ni de desterrar los posibles defectos.
No todas las lecturas han de hacerse a la misma velocidad. No es lo mismo una obra científica o filosófica que una novela, ni es lo mismo un libro de texto que una lectura de pasatiempo. Hay que aplicar a cada lectura la técnica adecuada. Pero siempre es positivo tener la destreza de leer a gran velocidad los materiales que lo permitan.
En los cursos de lectura rápida se suele duplicar la velocidad elevando ligeramente la comprensión. Pero para conseguir esos resultados hace falta esfuerzo, sobre todo cuando hay que superar impedimentos fisiológicos o dificultades psicológicas. El tiempo ganado con la lectura rápida puede dedicarse a leer más o a reflexionar.
1. La lectura rápida puede ser útil para:
a) Elaborar trabajos escritos. b) Hacer comentarios de texto. c) Preparar exámenes.
2. Nunca desechó una oferta sin leerla:
a) Kennedy. b) Níxon. c) Rockefeller.
3. En España se publican cada año:
a) 43.000 libros. b) 100.000 c) 50000
4. Los artículos aparecidos al año son:
a) 43000. b) 100000 c) 50000
5. El volumen de material puede resultar:
a) Agobiante. b) Satisfactorio. c) Mediano.
6. La mayor parte de los lectores:
a) Desarrollan su propio método de lectura. b) No se han preocupado en mejorar su lectura. c) Han desterrado sus defectos.
7. Las lecturas han de hacerse:
a) Con lectura rápida. b) Con la máxima comprensión. c) A distintas velocidades.
8. En los cursos de lectura rápida se suele:
a) Aumentar ligeramente la comprensión. b) Disminuir. c) Mantener.
9. Para conseguir buenos resultados se necesita:
a) Suerte. b) Esfuerzo. c) Habilidad especial.
10. El tiempo ganado se puede dedicar a:
a) Viajar. b) Escribir. c) Reflexionar.






MI MOCHILA
Esta es mi mochila. ¿Os gusta?
A mí me encanta.
Me la compró mamá el año pasado.
Como veis, es de color gris verdoso.
Las correas para sujetarla a la espalda son de color marrón.
Las hebillas brillan tanto que parecen de plata.
En la bolsa mayor mamá coloca la comida, los cubiertos y la servilleta.
En la parte de fuera hay dos bolsitas más pequeñas: una es para el vaso irrompible, y la otra para el cuaderno y los lápices de colores.
Es por si tengo que dibujar algo, ¿sabéis?
En el campo hay tantas cosas bonitas...
Pero ninguna tan bonita como mi mochila.
No sabría salir de excursión sin ella.
¿Quién compró la mochila?
a) Papá. b) Mamá. c) El primo Teo.
¿De qué color es la mochila?
a) Rojo azulado. b) Blanca. c) Gris verdoso.
¿De qué parecen las hebillas?
a) Plata. b) Oro. c) Platino.
¿Qué no sabría hacer sin su mochila?
a) No sabría jugar. b) No sabría salir de excursión. c) No sabría correr.







LA RANA Y LA CULEBRA
El hijo de la rana brincaba en el bosque cuando vio algo nuevo en el camino. Era una persona larga y esbelta, y su piel relucía con todos los colores del arco iris.
-Hola -dijo Niño-rana-. ¿Qué haces tirado en el sendero?
-Calentándome al sol -respondió esa otra persona, retorciéndose y desenroscándose-. Me llamo Niño-culebra. ¿Y tú?
-Soy Niño-rana. ¿Quieres jugar conmigo?
Así Niño-rana y Niño-culebra jugaron toda la mañana en el bosque.
El Niño-rana le enseñó a Niño-culebra a saltar y ésta le enseñó a arrastrarse por el suelo y trepar a los árboles.
Después cada cual se fue a su casa.
-¡Mira lo que sé hacer, mamá! -exclamó Niño-rana, arrastrándose sobre el vientre.
-¿Dónde aprendiste a hacer eso? -preguntó su madre.
-Me lo enseñó Niño-culebra. Jugamos en el bosque esta mañana. Es mi nuevo amigo.
-¿No sabes que la familia Culebra es mala? -preguntó su madre-. Tienen veneno en los dientes. Que no te sorprenda jugando con ellos. Y que no te vuelva a ver arrastrándote por el suelo. Eso no se hace.
Y desde ese día, Niño-rana y Niño-culebra nunca volvieron a jugar juntos. Pero a menudo se sentaban a solas al sol, cada cual recordando ese único día de amistad.
Cuento africano.
¿Qué vio el hijo de la rana en el bosque?
a) Una persona corta y esbelta. b) Una persona larga y esbelta. c) Una persona ancha y no esbelta.
¿Qué le enseñó el Niño-rana al Niño-culebra?
a) Andar. b) Correr. c) Saltar.
¿Qué le enseñó el Niño-culebra al Niño-rana?
a) Andar por el suelo y volar por el aire. b) Arrastrarse por el suelo y trepar. c) Arrastrarse sólo por el suelo.
¿Qué le dice la mamá al Niño-rana?
a) Que la familia Culebra es mala. b) Que la familia Culebra es muy agradable. c) Que la familia Culebra es muy antipática.





LOS ANIMALES
Un ratón estaba descansando al pie de un árbol.
De pronto le cayó una fruta en la cabeza.
El ratón salió corriendo, encontró a su amigo el conejo y le dijo:
-Allí estaba yo, y me ha caído encima una rama que por poco me mata.
El conejo corrió asustado, encontró a la ardilla y le dijo:
-¡Por allí, hace un momento, le ha caído al ratón un árbol encima!
La ardilla echó a correr, encontró al cerdito y le dijo:
-¡No vayas por allí, que están cayendo rayos y centellas!
El cerdito encontró al chivo y le dijo:
-¡Corre, corre, que por allí hay un terremoto!
Y así, uno tras de otro, todos los animales, asustados, corrieron como locos. Se creían que se hundía el mundo.
Principio del formulario
¿Dónde descansaba el ratón?
a) En su cama. b) En su madriguera. c) Al pie de un árbol.
¿Quién era el mejor amigo del ratón?
a) El conejo. b) La ardilla. c) El cerdito.
¿Qué creían los animales?
a) Que era una broma. b) Que se hundía el mundo. c) Que no pasaba nada.
¿Era tan grande como para salir todos corriendo?
a) Sí. Era un terremoto. b) Sí. Había rayos y centellas. c) No. Al ratón le había caído una fruta.








EL PEQUEÑO DE LA CASA
Arturo era el más pequeño de tres hermanos y estaba muy mimado por toda la familia. Casi nunca le regañaban, ¡era "el pequeño"!, y siempre le estaban haciendo regalos: juguetes, cuentos, lápices, golosinas,...
Sin embargo, todo cambió para Arturo cuando nació su hermanita Adela. Cuando nació Adela, muchos familiares y amigos fueron a conocer a la niña.
Todos estaban pendientes de ella y parecía que se habían olvidado de Arturo.
Lo que más le molestaba a Arturo era que ya no le traían regalos como antes. Todo se lo regalaban a la pequeña. La verdad es que a Arturo no le gustaba lo que le llevaban a su hermana: colonia, talco, ropita, sonajeros..., pero ¿por qué a él no le traían nada?
Una tarde entró en la habitación de Adela y se inclinó sobre la cuna. Le dijo a su hermana que él era el pequeño y que ella le había quitado el puesto. Entonces, la pequeña le agarró un dedo con su manita y Arturo lo entendió todo: ¡Era tan pequeña que todos tenían que cuidarla!
Desde ese día, él también cuidó a Adela.
¡Era la pequeña de la casa!
Arturo estaba muy...
a) Caprichoso. b) Mimado. c) Juguetón.
¿Qué ocurrió para que todo cambiara en Arturo?
a) Que se volvió egoísta. b) Que se hizo mayor. c) Que nació su hermanita Adela.
¿Qué era lo que molestaba a Arturo?
a) Que no le traían regalos como antes. b) Que nadie jugaba con él. c) Que a nadie le importaba.
¿Qué le hizo la pequeña a Arturo?
a) Pronunció su nombre. b) Le agarró del dedo. c) Le estiró de la oreja.
Arturo se dio cuenta de que...
a) Había que cuidarla. b) Era muy lista. c) Era muy bonita.








EL PESEBRE
La abuela guarda en una cajita las figuras del pesebre, amontonadas, calladitas. Allí están, durante todo el año, pastores y pastoras, ovejas, caballitos, casas envueltas en la paja pintada de verde... Allí descansan el Niño Jesús, san José, la Virgen, la mula y el buey.
En diciembre, la abuela pone en un rincón de la casa un cajón sobre otro, y otro, y otro... Los cubre con un papel grueso pintarrajeado de verde y rojo. Después, la abuela abre su caja y va sacando, sacando, sacando... Saca la paja verde; saca el pesebre con su lecho amarillo, de hierba seca. Saca la estrella plateada que colgará en el portal. Pero lo primero que saca es al Niño en el pesebre, a san José y a la Virgen.
La abuela los limpia cuidadosamente y los coloca en su sitio. Y junto a ellos, la mula y el buey. Después, un pastor con sus ovejas, por aquí; un caballito alegre, por allá. No importa que algunas figuras sean de diferente tamaño, lo que importa es que sean bonitas...
Y así, poco a poco, con mucho tino, con mucha paciencia, la abuela organiza el pesebre. Los muchachos le ayudan, a veces. Y tal vez el hermano mayor es el que coloca las lucecitas eléctricas... Después vendrá la hora de quitar el nacimiento. Otra vez la abuela recogerá las figuritas y las guardará hasta el año que viene.

Principio del formulario
¿Qué guarda la abuela en una cajita?
a) Un juguete. b) Unas campanillas. c) Las figuras del pesebre.
¿De qué color es el papel grueso?
a) Azul y blanco. b) Verde y rojo. c) Amarillo y rojo.
¿Qué es lo primero que saca la abuela?
a) Las campanillas. b) La mula y el buey. c) El Niño, san José y la Virgen.
¿Quién es el que coloca las luces eléctricas?
a) El hermano mayor. b) Un primo. c) El hermano menor.









LA SABIDURÍA DE SALOMÓN
Dos mujeres comparecieron ante el rey Salomón con dos bebés, uno muerto y otro vivo. Ambas mujeres afirmaban que el niño vivo les pertenecía, y decían que el muerto pertenecía a la otra. Una de ellas declaró:
-Oh señor, ambas dormíamos con nuestros hijos en cama. Y esta mujer, en su sueño, se acostó sobre su hijo, y él murió. Luego puso su hijo muerto junto al mío mientras yo dormía, y me quitó el mío. Por la mañana vi que no era mi hijo, pero ella alega que éste es mío, y que el niño vivo es de ella. Ahora, oh rey, ordena a esta mujer que me devuelva mi hijo.
La otra mujer declaró:
-Eso no es verdad. El niño muerto le pertenece, y el niño vivo es mío, pero ella trata de arrebatármelo.
El joven rey escuchó a ambas mujeres. Al fin dijo:
-Traedme una espada.
Le trajeron una espada, y Salomón dijo:
-Empuña esta espada, corta al niño vivo en dos y dale una mitad a cada una.
Entonces una de las mujeres exclamó:
-Oh mi señor, no mates a mi hijo. Que la otra mujer se lo lleve, pero déjalo vivir.
Pero la otra mujer dijo:
-No, corta al niño en dos, y divídelo entre ambas.
Entonces Salomón declaró:
-Entregad el niño a la mujer que se opuso a que lo mataran, pues ella es la verdadera madre.
Y el pueblo se maravilló de la sabiduría de ese rey tan joven, y vio que Dios le había dado discernimiento.
Principio del formulario
¿Qué le ocurría a uno de los bebés?
a) Que estaba enfermo. b) Que estaba muerto. c) Que estaba dormido.
¿Qué declara la primera mujer?
a) Que le cambió a su hijo por otro muerto. b) Que fue ella la que los cambió. c) Que estaba despierta y lo observó todo.
¿A quién van a pedir consejo?
a) A un Comandante. b) Al rey Salomón. c) Al primo del rey Salomón.
¿Qué dijo el rey Salomón?
a) Que le trajeran una moneda. b) Que le trajeran a otro niño. c) Que le trajeran una espada.


























Rabito Blanco
Rabito Blanco era un conejito que movía sin cesar su rabito y hacía un ruido así:
¡Sess-sess, sess-sess!
Cuando sus padres oían el ruido de Rabito Blanco, se ponían muy contentos. Su hijito andaba por allí.
Pero un día sus papás no oyeron el ruido de Rabito Blanco. El conejito se había escapado de casa. Le gustaba mucho corretear por el bosque.
-No vayas solo al bosque -le decían todos los días-, porque si viene el Hombre Malo con su escopeta te puede matar. Le gusta mucho la carne de Rabito Blanco llegó al bosque. Aprovechó unas carrascas y empezó a hacer una cueva. Al poco tiempo oyó un ruido extraño. Dejó de escarbar. Estiró las orejas. Escuchó con atención y le pareció oír estas palabras:
-¡Te ca-za-ré, te co-me-ré!
Muerto de miedo dio un salto y corrió a su casa. Sus padres le esperaban llorando. Rabito Blanco les contó su aventura. Ellos escucharon con atención y al final rieron a carcajadas.
-Hijo mío -le dijo su padre-, lo que oíste no decía: "¡Te ca-za-ré, te co-me-ré!", sino "¡Sess-sess, sess-sess!"
Rabito Blanco se había asustado de su propio rabito que no se estaba quieto nunca.

Principio del formulario
¿Qué movía sin cesar el conejito?
a) Su patita. b) Su rabito. c) Sus orejitas.
¿Por dónde le gustaba corretear al conejito?
a) Por el bosque. b) Por el río. c) Por el prado.
¿Quién podría venir con la escopeta?
a) El lobo feroz. b) El hombre malvado. c) El hombre Malo.
¿Qué escuchó en realidad el conejito?
a) ¡Te ca-za-ré, te co-me-ré!. b) ¡Sess-sess, sess-sess! c) ¡Buss-buss, buss-buss!








LA ESTACIÓN DEL TREN
Ana vivía muy cerca de la estación del tren. Por eso iba todos los domingos a ver pasar los trenes. Ana iba con su abuelo, ya que a los dos les gustaban mucho los trenes. Ana y su abuelo llegaban sobre las once de la mañana y se sentaban en un banco de la estación.
A los pocos minutos aparecía el tren expreso, que tenía vagones de coches-cama y literas y también un vagón con cafetería y restaurante.
Allí se bajaban los viajeros y otros continuaban el viaje.
Al cabo de un rato se oía pitar un tren a lo lejos. Ana y su abuelo ya sabían que era el talgo, que paraba un momento y luego seguía su viaje. El talgo parecía un gusano, ¡un gusano muy corredor!
A las doce pasaba el intercity. Era el tren que más le gustaba a Ana. Corría por las vías a mucha velocidad sin hacer casi ninguna parada.
Cada media hora pasaban los trenes de cercanías, que llevaban a los viajeros de unos pueblos a otros. Estos trenes llevaban pocos vagones y eran los que más le gustaban al abuelo de Ana.
Cuando ya se acercaba la hora de comer, la niña y su abuelo volvían a casa, felices por haber visto tantos trenes.
Principio del formulario
1) ¿Cuándo iba Ana a ver los trenes?
a) Los viernes b) Los lunes c) Los domingos
2) ¿Qué tren pasaba a las doce?
a) El intercity b) El talgo c) El expreso
3) ¿Qué dos cosas tenía el tren expreso?
a) Literas y cocinillas b) Coches-cama y literas c) Televisión y radio
4) ¿Cada cuánto pasaban los trenes de cercanías?
a) Cada hora b) Cada media hora c) Cada dos horas
5) ¿Qué parecía el talgo?
a) Una lombriz b) Un gusano lento c) Un gusano muy corredor








DOS GORRIONES
Una vez dos gorriones se pararon en las ramas de una zarza que crecía al lado de un campo de trigo maduro.
El gorrión mayor era el padre y enseñaba a volar al gorrioncito más chico, que era su hijo.
De paso, le mostraba los lugares donde hallaría mejores granos y semillas para comer.
-¿Ves? -le decía-. Eso son espigas. Cada una tiene un montón de granos de trigo y, cuando son maduros, como ahora, espigamos alguno al vuelo.
-¡Ay, ay, ay, padre! Mira aquel hombre en medio del campo, con los brazos extendidos... Nos habrá visto... Querrá matarnos...
-¿Qué? ¿Aquello tan desharrapado? Es un monigote para asustarnos. Lo llaman un espantapájaros. Pero a mí no me espanta. Vas a ver. Sígueme.
Y de un vuelo se plantó, decidido, sobre el sombrero del espantapájaros.
A. Garriga
¿Qué le enseña el padre al hijo?
a) A cantar. b) A volar. c) Un espantapájaros.
¿De qué están formadas las espigas?
a) De un montón de granos de cebada. b) De un montón de granos de maíz. c) De un montón de granos de trigo.
¿Qué es lo que piensa el hijo sobre aquel hombre?
a) Que los matará. b) Que se los comerá. c) Que los atrapará.
Al final, ¿qué es ese hombre?
a) Una momia. b) Un espantapájaros. c) No hay nadie.
¿Hacia dónde vuela el padre?
a) Hacia el nido. b) Hacia su hijo. c) Hacia el sombrero del espantapájaros.






EL MIEDO DE POLDO
Había una vez una niña que tenía un perrito llamado Poldo. Poldo tenía mucho miedo a los niños. De todos los niños, menos de su dueña.
Cerca vivía un niño que tenía mucho miedo de los perros. Un día, Poldo bajaba con su dueña por las escaleras de la casa, cuando se encontró con el niño.
Poldo se asustó y salió corriendo y ladrando. El niño también se asustó y salió corriendo y gritando. De nada sirvió que la dueña de Poldo intentara calmarlos.
Esto se repitió muchas veces y, siempre que se encontraban el niño y el perro, salían huyendo, uno en una dirección y el otro en la dirección contraria.
Un día dijo el niño:
- Chucho repelente, ¿por qué quieres morderme?
- ¡Si no quiere morderte! – le dijo la dueña de Poldo-. Lo que pasa es que tú tienes miedo de él y él tiene miedo de ti.
- ¡Pero si no le voy a hacer nada!
- Ni él tampoco a ti: solamente ladra, corre y se escapa. Tú intenta andar tranquilo y verás cómo Poldo no hará nada.
- ¿Y por qué no lo intenta él?
- Porque, como es un perro, no entiende. Sin embargo tú eres un niño...
Al día siguiente, el niño, al encontrarse con el perro, hizo como si no lo hubiera visto. Y el perro pasó por su lado, tan tranquilo.
El niño llegó a su casa muy contento.
¡Ya no le tenía miedo a los perros!
Silvana Carnevali
1. ¿Cómo se llamaba el perrito?
a) Poldo b) Chucho c) Silvano

2. ¿Por qué corrían uno del otro?
a) Porque se llevaban mal b) Por culpa de la dueña c) Porque se tenían miedo

3. ¿Quería Poldo morder al niño?
a) Sí b) No c) Estaba deseándolo

4. ¿Qué ocurrió al final?
a) Poldo le mordió b) El niño le tiró una piedra c) El niño nunca le tuvo miedo a ningún perro

martes, 11 de enero de 2011

PARA QUINTO C

El hijo del vampiro
Julio Cortázar

Probablemente todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito. El rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte aparente —en el año 1060, a manos de un niño, nuevo David armado de una honda-puñal— había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa cara, eran los ojos. ojos fijos en la figura de Lady Vanda, dormida como un bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo. Duggu Van caminaba sin hacer ruido. La mezcla de vida y muerte que informaba su corazón se resolvía en cualidades inhumanas. Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo hubiera indignado. Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. y también un césped propicio, o una cariátide.
Loable costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la rítmica escultura, la sed de sangre principió a ceder.
Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos cuerpos, con el hambre. Sin tiempo de sentirse perplejo ingresó Duggu Van al amor con voracidad estrepitosa. El atroz despertar de Lady Vanda se retrasó en un segundo a sus posibilidades de defensa. y el falso sueño del desmayo hubo de entregarla, blanca luz en la noche, al amante.
Cierto que, de madrugada y antes de marcharse, el vampiro no pudo con su vocación e hizo una pequeña sangría en el hombro de la desvanecida castellana. Más tarde, al pensar en aquello, Duggu Van sostuvo para sí que las sangrías resultaban muy recomendables para los desmayados. Como en todos los seres, su pensamiento era menos noble que el acto simple.
En el castillo hubo congreso de médicos y peritajes poco agradables y sesiones conjuratorias y anatemas, y además una enfermera inglesa que se llamaba Miss wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante. Lady Vanda estuvo largo tiempo entre la vida y la muerte (sic). La hipótesis de una pesadilla demasiado erista quedó abatida ante determinadas comprobaciones oculares; y, además, cuando transcurrió un lapso razonable, la dama tuvo la certeza de que estaba encinta.
Puertas cerradas con yale habían detenido las tentativas de Duggu Van. El vampiro tenía que alimentarse de niños, de ovejas, hasta de —¡horror!— cerdos. Pero toda la sangre le parecía agua al lado de aquella de Lady Vanda. una simple asociación, de la cual no lo libraba su carácter de vampiro, exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua. Inflexible su tumba en el pasaje diurno, érale preciso aguardar el canto del gallo para botar, desencajado, loco de hambre. No había vuelto a ver a Lady Vanda, pero sus pasos lo llevaban una y otra vez a la galería terminada en la redonda burla amarilla de la yale. Duggu Van estaba sensiblemente desmejorado.
Pensaba a veces —horizontal y húmedo en su nicho de piedra— que quizá Lady Vanda fuera a tener un hijo de él. El amor recrudecía entonces más que el hambre. Soñaba su fiebre con violaciones de cerrojos, secuestros, con la erección de una nueva tumba matrimonial de amplia capacidad. El paludismo se ensañaba en él ahora.
El hijo crecía, pausado, en Lady Vanda. una tarde oyó Miss Wilkinson gritar a su señora. La encontró pálida, desolada. Se tocaba el vientre cubierto de raso, decía:
—Es como su padre, como su padre. Duggu Van, a punto de morir la muerte de los vampiros (cosa que lo aterraba con razones comprensibles), tenía aún la débil esperanza de que su hijo, poseedor acaso de sus mismas cualidades de sagacidad y destreza, se ingeniara para traerle algún día a su madre.

Lady Vanda estaba día a día más blanca, más aérea. Los médicos maldecían, los tónicos cejaban. y ella, repitiendo siempre:
—Es como su padre, como su padre.

Miss wilkinson llegó a la conclusión de que el pequeño vampiro estaba desangrando a la madre con la más refinada de las crueldades. Cuando los médicos se enteraron hablose de un aborto harto justificable; pero Lady Vanda se negó, volviendo la cabeza como un osito de felpa, acariciando con la diestra su vientre de raso.
—Es como su padre —dijo—. Como su padre.
El hijo de Duggu Van crecía rápidamente. No sólo ocupaba la cavidad que la naturaleza le concediera sino que invadía el resto del cuerpo de Lady Vanda. Lady Vanda apenas podía hablar ya, no le quedaba sangre; si alguna tenía estaba en el cuerpo de su hijo.
Y cuando vino el día fijado por los recuerdos para el alumbramiento, los médicos se dijeron que aquél iba a ser un alumbramiento extraño. En número de cuatro rodearon el lecho de la parturienta, aguardando que fuese la medianoche del trigésimo día del noveno mes del atentado de Duggu Van.
Miss wilkinson, en la galería, vio acercarse una sombra. No gritó porque estaba segura de que con ello no ganaría nada. Cierto que el rostro de Duggu Van no era para provocar sonrisas. El color terroso de su cara se había transformado en un relieve uniforme y cárdeno. En vez de ojos, dos grandes interrogaciones llorosas se balanceaban debajo del cabello apelmazado.
—Es absolutamente mío —dijo el vampiro con el lenguaje caprichoso de su secta—y nadie puede interpolarse entre su esencia y mi cariño.
Hablaba del hijo; Miss wilkinson se calmó.
Los médicos, reunidos en un ángulo del lecho, trataban de demostrarse unos a otros que no tenían miedo. Empezaban a admitir cambios en el cuerpo de Lady Vanda. Su piel se había puesto repentinamente oscura, sus piernas se llenaban de relieves musculares, el vientre se aplanaba suavemente y, con una naturalidad que parecía casi familiar, su sexo se transformaba en el contrario. El rostro no era ya el de Lady Vanda. Las manos no eran ya las de Lady Vanda. Los médicos tenían un miedo atroz. Entonces, cuando dieron las doce, el cuerpo de quien había sido Lady Vanda y era ahora su hijo se enderezó dulcemente en el lecho y tendió los brazos hacia la puerta abierta. Duggu Van entró en el salón, pasó ante los médicos sin verlos, y ciñó las manos de su hijo. Los dos, mirándose como si se conocieran desde siempre, salieron por la ventana. El lecho ligeramente arrugado, y los médicos balbuceando cosas en torno a él, contemplando sobre las mesas los instrumentos del oficio, la balanza para pesar al recién nacido, y Miss Wilkinson en la puerta, retorciéndose las manos y preguntando, preguntando, preguntando».


El almohadón de plumas
Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.