martes, 24 de agosto de 2010

CONTENIDO DEL MANUAL DE LECTURA DE LITERATURA UNIVERSAL

Uno
En el principio Dios iba a la escuela y se ponía a jugar fútbol con sus amigos hasta que llegaba la hora de irse con sus amigos a sus salones. Aunque Dios sabe muchas cosas, quiere aprender más y hacer cosas nuevas. Un día Dios dijo: ‘hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo’. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó en un rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”.Rodrigo Navarro Morales. 7 años. Instituto Alexander Bain
Tiempo
Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidió que dibujara un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco años y el dibujo aún no estaba empezado. “Necesito otros cinco años”, dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante, con un sólo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto”
Ìtalo Calvino
¿Qué Es Poesía?¿Qué es poesía?, dices mientras clavasEn mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?Poesía eres tú.
Bécquet
El árbol inútil
Hui Tzu le dijo a Chiang:
–Tengo un árbol grande,
De los que llaman árboles apestosos.
El tronco está tan retorcido,
tan lleno de nudos,
que nadie podría obtener una tabla derecha
de su madera. Las ramas están tan retorcidas
que no se pueden cortar en forma alguna
que tenga sentido.
Ahí está junto al camino.
Ni un solo carpintero se dignaría siquiera mirarlo.
Iguales son tus enseñanzas,
Grandes e inútiles. –
Chiang Tzu replicó:
–¿Has observado alguna vez al gato salvaje?
Agazapado, vigilando a su presa,
salta en esta y aquella dirección,
arriba y abajo, y finalmente
aterriza en la trampa.
Pero ¿has visto al yak?
Enorme como nube de tormenta,
firme en su poderío.
¿Qué es grande? Desde luego.
¡No puede cazar ratones!

Igual ocurre con tu árbol. ¿Inútil?
Entonces plántalo en las tierras áridas.
Es solitario.
Pasea apaciblemente por debajo,
descansa bajo su sombra;
ningún hacha ni decreto preparan su fin.
Nadie lo cortará jamás.
¿Inútil? ¡Eres tú el que debería preocuparse! Las Flores del Mal I LA DESTRUCCION El demonio se agita a mi lado sin cesar;flota a mi alrededor cual aire impalpable;lo respiro, siento como quema mi pulmóny lo llena de un deseo eterno y culpable. A veces toma, conocedor de mi amor al arte,la forma de la más seductora mujer,y bajo especiales pretextos hipócritasacostumbra mi gusto a nefandos placeres. Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,jadeante y destrozado de fatiga, al centrode las llanuras del hastío, profundas y desiertas, y lanza a mis ojos, llenos de confusión,sucias vestiduras, heridas abiertas,¡y el aderezo sangriento de la destrucción! Charles Baudelaire.
Parágrafo 125 de la Gaya Ciencia
¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!». Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. «¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado?» —así gritaban y reían todos alborotadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. «¿Que a dónde se ha ido Dios? —exclamó—, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora?»¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué luegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ellos? Nunca hubo un acto más grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora.» Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. «Vengo demasiado pronto —dijo entonces—, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son ellos los que lo han cometido.» Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternam deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: «¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios? ». Friedrich Nietzsche

El futuro
El futuro es un enigma, pero ¿para qué están los augurios?. Los antiguos vaticinaban por el vuelo de las aves y de este modo llegaban a saber lo que les esperaba. Incluso yo mismo puedo vaticinar mi futuro.
Fui al parque, donde pájaros no faltan. Algunos volaban, otros estaban posados en los árboles, otros merodeaban por el césped. A mi me interesaban sólo los voladores.
Alcé la cabeza y empecé a observarlos. No llevaba esperando mucho cuando sentí en la calva un ¡plaf! y mi futuro se me hizo simbólicamente claro.
He averiguado una sola cosa acerca del futuro: no vaticinar nunca por el vuelo de las aves sin un buen sombrero.
Slamowir Mrozek

Poesía y poema

La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aisla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. Expresión histórica de razas, naciones, clases. Niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Experiencia, sentimiento, emoción, intuición, pensamiento no dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo.
Obediencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, copia de una copia de la idea. Locura, éxtasis, logos. Regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Juego, trabajo, actividad ascética. Confesión. Experiencia innata. Visión, música, símbolo. Analogía: el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal. Enseñanza, moral, ejemplo, revelación, danza, diálogo, monólogo. Voz del pueblo, lengua de los escogidos, palabra del solitario. Pura e impura, sagrada y maldita, popular y minoritaria, colectiva y personal, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la superflua grandeza de toda obra humana!

Octavio Paz

El Arte de Tiro con arco

"Sus flechas no alcanzan el blanco, porque espiritualmente no llega bastante lejos. Ustedes tienen que asumir una actitud íntima, como si el blanco se encontrara a distancia infinita. Para nosotros, los maestros arqueros, es un hecho conocido y confirmado por la experiencia cotidiana que un buen arquero con un arco de mediana potencia llega más lejos que otro, carente de espíritu, con el más fuerte de los arcos. Luego, no depende del arco, sino de la `presencia de espíritu', de la vivacidad y vigilia con que tiran. Mas para desencadenar la mayor tensión en esa vigilia espiritual, ustedes deben ejecutar la ceremonia de una manera distinta a como la han hecho hasta ahora, más o menos como baila un verdadero danzarín. Haciéndolo, los movimientos de sus miembros partirán de aquel centro del cual surge la buena respiración. Entonces la ceremonia, en vez de desarrollarse como una cosa aprendida de memoria, parecerá creada según la inspiración del momento, de suerte que la danza y el danzarín sean una y la misma cosa. Si representan la ceremonia a semejanza de una danza ritual, su vigilia espiritual llegará al máximo." No sé en qué medida conseguí entonces "danzar" la ceremonia para animarla así desde el centro. Es cierto que mis tiros ya no eran cortos, pero aún no daban en el blanco. Y esto me hizo preguntar al maestro por qué todavía no nos había explicado cómo apuntar. Debía de haber, suponía yo, una relación entre el blanco y la punta de la flecha, y por ende una manera probada de dirigir la puntería para dar en el blanco con mayor facilidad. "Por supuesto que existe -respondió el maestro- y le será fácil encontrarla por sí mismo. Pero si entonces casi todas sus flechas dan en el blanco, usted no será otra cosa que un artista del arco que puede exhibirse en público. Para el ambicioso que cuenta sus impactos, el blanco es un mísero pedazo de papel que sus flechas desgarran. Para la "Magna Doctrina" de los arqueros, esto es lisa y llanamente diabólico. Ella nada sabe de un blanco erigido a una determinada distancia del arquero. La única meta que conoce es aquélla que -de ninguna manera puede alcanzarse técnicamente, y esa meta la llama -si es que le da algún nombre-, Buda." Después de estas palabras, pronunciadas como si se sobreentendieran, el maestro nos invitó a observar bien sus ojos mientras tiraba. Igual que durante la ceremonia, estaban casi cerrados, de modo que no causaban la impresión
de que estuviera apuntando. Dócilmente practicamos, permitiendo que ello disparara, sin tomar puntería. Por de pronto, no me preocupaba por el destino de mis flechas. Ni siquiera me excitaba por uno que otro acierto ocasional, porque sabía perfectamente que se debían al azar. Pero a la larga no soportaba ese tirar a la buena de Dios y recaí en tentación de cavilar. El maestro hacía como si no se diera cuenta de mi Confusión, hasta que un día le confesé que me sentía desorientado. -"Usted se preocupa en vano -me consoló-; deje de pensar en los aciertos. Usted puede llegar a ser un maestro arquero aunque no todas las flechas den en el blanco. Los impactos en aquel blanco no son más que pruebas y confirmaciones exteriores de su no-intención, "ayoidad", recogimiento o como quiera llamar a ese estado. La maestría tiene sus niveles, y sólo quien haya alcanzado el último no podrá ya errar la meta exterior tampoco." "Esto es precisamente lo que no comprendo, respondí. Creo entender a qué se refiere usted al hablar de la meta verdadera, íntima, a la cual debemos acertar. Pero cómo es posible que la meta exterior, el blanco de papel, reciba el impacto sin que el arquero haya tomado puntería, de modo que los aciertos confirmen exteriormente lo que interiormente sucede. Esa coincidencia no la comprendo." "Usted se equivoca -observo el maestro después de un rato- si cree que una comprensión, aunque sea medianamente plausible, de esas misteriosas relaciones podría ayudarle. Se trata de fenómenos inalcanzables para el intelecto. No olvide que, aun en la naturaleza, existen coincidencias incomprensibles y, no obstante, tan ciertas que nos acostumbramos a ellas como si se sobreentendieran. Le daré un ejemplo que me ha ocupado muchas veces: la araña "danza" su red sin saber nada de la existencia de moscas que quedarán atrapadas en ella. La mosca, danzando despreocupadamente en un rayo de sol, se enreda sin saber lo que le espera. Mas a través de ambas danza "Ello", y lo interior y lo exterior son uno en esa danza. De la misma manera, el arquero da en el blanco sin apuntar exteriormente. Mejor no se lo puedo explicar." Por más que esa comparación me diera que pensar -sin ser capaz, por supuesto, de seguirla hasta su últimas consecuencias- algo en mí me impedía sentirme aliviado y seguir practicando despreocupadamente. Una objeción, que en el transcurso de las semanas se perfilaba cada vez más nítidamente, exigía expresarse. Por eso pregunté: "¿No será concebible, por lo menos, que usted, con su práctica de decenios, maneje el arco y la flecha, involuntariamente y con la seguridad del sonámbulo, de tal suerte que, sin apuntar conscientemente, dé en el blanco; y simplemente no pueda ya errar?" El maestro, acostumbrado desde hacía mucho a mis fastidiosas preguntas, sacudió la cabeza. "No voy a negar -dijo después de meditabundo silencio- que podría haber algo de lo que usted acaba de decir. Me pongo frente al blanco de modo que tengo que verlo, aunque no me fije en él intencionalmente. Pero por otra parte sé que el verlo no es suficiente, que no decide, ni explica nada, porque veo el blanco como si no lo viera." "Entonces tendría que acertar aun con los ojos vendados -se me escapó. El maestro me dirigió una mirada que me hizo temer haberle ofendido. Luego dijo: "¡Venga esta noche!" Me senté frente a él sobre un almohadón. Me ofreció té, sin decir palabra. Así estuvimos sentados un largo rato. El único ruido que se escuchaba era el zumbido del agua en la pava sobre las brasas. Por fin, el maestro se levantó y me hizo seña de que le siguiera. La galería de práctica estaba intensamente iluminada. El maestro me indicó que metiera una -86- velita de sahumar, larga y delgada como una aguja de tejer, en la arena delante del blanco, pero sin encender la luz en una oscuridad tal que ni siquiera percibía yo los contornos del blanco, y si no se hubiera visto la minúscula lucecita de la vela, tal vez hubiese vislumbrado el lugar del blanco, pero sin poder determinarlo con precisión alguna. El maestro "danzó" la ceremonia.

Su primera flecha voló desde la brillante claridad hacia la noche cerrada. Por el ruido del impacto reconocí que había dado en el blanco. También la segunda acertó. Cuando encendí la luz junto al blanco comprobé perplejo que la primera flecha se hallaba en el centro mismo del círculo negro, mientras la segunda había astillado la muesca de la primera y hendido parte del asta antes de clavarse en el centro junto a aquélla. No me atreví a sacarlas, sino que se las llevé al maestro junto con el blanco. El maestro lo examinó con mirada escudriñadora. Luego dijo: "Tal vez dirá usted que el primer tiro no era ninguna hazaña, puesto que hace muchas décadas estoy tan familiarizado con mi galería de tiro que aun en la más profunda oscuridad debo saber dónde se halla el blanco. Puede ser, y no trataré de negarlo. Pero la segunda flecha que partió en dos a la primera, ¿qué le parece? Yo, por lo menos, sé que no soy yo a quien ha de acreditarse ese tiro. "Ello" tiró y "ello" acertó. ¡Inclinémonos ante la meta como ante el Buda!"
Eugene Herrigel

DISCURSO DE CRISTO MUERTO DESDE LO ALTODEL COSMOS, DICIENDO QUE NO HAY DIOSY Cristo continuaba:- He cruzado los mundos, he penetrado en los soles, he volado en compañía de las vías lácteas por los desiertos del cielo; pero no hay Dios. Hasta donde llega la sombra del ser, hasta allí he bajado, y he mirado en aquel abismo, y he llamado: “Padre ¿Dónde estás?”, pero lo único que hasta mis oídos ha llegado ha sido el estruendo de la tempestad que nadie gobierna. Y encima del abismo estaba el brillante arco iris formado por los seres, sin ningún sol que lo hubiese creado; y de aquel arco iris se desprendían gotas. Y cuando he alzado la vista hacia el inmenso mundo, buscando el ojo de Dios, el mundo me ha mirado con sus cuencas; estaban vacías y no tenían fondo. Y la eternidad yacía sobre el Caos, y lo roía, y se rumiaba a sí misma. Seguid chillando, notas disonantes, dispersar con vuestros chillidos las sombras. ¡Pues Él no existe!Igual que un vaho blanco al que el frío helado ha dotado de forma, se deshace ante un soplo cálido, así se desvanecían aleteando aquellas sombras descoloridas; y todo quedaba vacío. En el templo penetraban entonces, cosa terrible para el corazón, los niños muertos, que se habían desvelado en el camposanto; se prosternaban ante la elevada figura que estaba en el altar y decían:- ¡Jesús!, ¿es que no tenemos padre?Y llorando a lágrima viva, Jesús respondía:- Todos nosotros somos huérfanos, ni yo ni vosotros tenemos padre.En aquel momento el chirrido de las notas disonantes se hacía cada vez más fuerte y las temblorosas paredes del templo se alejaban unas de otras. Y el templo y los niños se hundían, y a continuación se hundía la tierra, y se hundía el sol, y se hundía con toda su inmensidad el cosmos entero. Y, a medida que se hundían, todas esas cosas iban pasando a nuestro lado.Y allá arriba, en las cúspide de la inmensa Naturaleza, estaba erguido Cristo y bajaba sus ojos hacia el cosmos, atravesados por mil soles; lo que Cristo contemplaba era, por así decir, la mina excavada en la noche eterna, mina por la que caminaban los soles como lámparas de mineros y las vías lácteas como venas de plata.Y mientras Cristo estaba mirando la rechinante aglomeración de los mundos y la danza de antorchas de los fuegos fatuos del cielo y los bancos de coral de los corazones palpitantes, mientras veía cómo, a las bolas de agua que derraman luces flotantes sobre las olas, así las bolas de los mundos iban una tras otra sus fosforescentes luces en el mar de lo muerto, mientras veía aquello, Cristo el más grande de los seres finitos, alzaba sus ojos hacia la Nada y hacia la vacía inmensidad y decía:- ¡Oh, Nada rígida y muda! ¡Oh, necesidad fría y eterna! ¡Oh, Azar loco! ¿Conocéis estas cosas que quedan debajo de vosotros? ¿Cuándo romperéis a golpes este cosmos y a mí con él? ¡Oh, Azar! ¿Tienes tu conocimiento de estas cosas cuando recorres con tus huracanes la tempestad de nieve de las estrellas y vas apartando uno tras otro con tu soplo los soles y a tu paso va dando destellos el luciente rocío de los astros? ¡Qué solo se encuentra cada uno de nosotros en esta vasta cripta del universo! Lo único que está a mi lado soy yo. ¡Oh, Padre!, ¿dónde está tu infinito pecho para que pueda descansar en él? Ay, ya que cada uno es su propio padre y su propio creador, ¿por qué no puede ser también su propio ángel exterminador...? Eso que está ahí, junto a mí, ¿continúa siendo un ser humano? ¡Eh, tú, pobre hombre! Vuestra pequeña vida es un suspiro de la Naturaleza, o sólo el eco de ese suspiro. Un espejo cóncavo lanza sus rayos en las nubes de polvo hechas de ceniza muerta, los deja caer sobre vuestra Tierra y entonces surgís vosotros, imágenes oscilantes y cubiertas de nubes. Baja tu mirada, hombre, bájala hacia el abismo, sobre el que se desplazan nubes de polvo. Desde el mar de lo muerto ascienden nieblas llenas de mundos; una niebla que sube es el futuro, y el presente, la niebla que cae. ¿Reconoces esa Tierra tuya?En aquel momento miraba Cristo hacia abajo y sus ojos se llenaban de lágrimas y decía:- Ay, yo estuve también en la tierra; pero en aquel tiempo yo aun era feliz, aun tenía a mi padre infinito, aun miraba alegre desde los montes hacia el inmenso cielo y apretaba mi taladrado pecho contra su imagen aliviadora, y hasta en la acerba muerte decía: “¡Oh, Padre, saca a tu hijo de esta sangrienta envoltura y llévalo hasta tu corazón!”... Ay, vosotros afortunadísimos habitantes de la Tierra, vosotros seguís creyendo en Él. Tal vez en este preciso instante esté poniéndose vuestro Sol, y entre flores, resplandor y lágrimas de alegría: “También a mí me conoces tú, ¡oh, Infinito!, y conoces asimismo todas mis heridas, y después de la muerte me acogerás y me las cerrarás todas...”. Oh, desventurados, no serán cerradas vuestras heridas después de la muerte. Cuando, cubiertas de ellas su espalda, ese ser lastimoso que es el hombre se eche en tierra para encaminarse adormilado hacia su hermosa mañana llena de verdad, llena de virtud y de alegría, cuando eso ocurra, el hombre se despertará en el tempestuoso caos, en la medianoche eterna. ¡Y no llegará ninguna mañana, no llegará ninguna mano que cure, no llegará ningún padre infinito! Oh, tú, mortal que te hallas ahí a mi lado, si aún estás vivo, ¡adóralo! Pues de lo contrario lo habrás perdido para siempre.
Jean Paul
Canto a mí mismo
Me celebro y me canto a mí mismo.Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,porque lo que yo tengo lo tienes túy cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago... e invito a vagar a mi alma.Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierrapara ver cómo crece la hierba del estío.Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,de esta tierra y de estos vientos.Me engendraron padres que nacieron aquí,de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta. Y con mi aliento purocomienzo a cantar hoyy no terminaré mi canto hasta que muera.Que se callen ahora las escuelas y los credos.Atrás. A su sitio.Sé cuál es su misión y no la olvidaré;que nadie la olvide.Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,dejo hablar a todos sin restricción,y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada.
Walt Whitman
Los gatos
Los amantes fervorosos y los sabios austerosgustan por igual, en su madurez,de los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios.amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,buscan el silencio y el horror de las tinieblas;el Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.Adoptan al soñar las nobles actitudesde las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,que parecen dormirse en un sueño sin fin;sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,y fragmentos de oro, cual arenas finas,chispean vagamente en sus místicas pupilas.
Charles Baudelaire
Lolita [Fragmento]
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un trayecto en tres etapas a través del paladar e impacta, en el tercero, en los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, Lo a secas, de mañana, con su metro cincuenta y una sola media. Era Lola en pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores sobre la línea punteada. Pero en mis brazos, era siempre Lolita.
¿Si tuvo una precursora? Sí, sí que la tuvo. De hecho, quizás no habría existido Lolita para mí si yo no hubiera amado, un verano, a cierta niña iniciática. ¿Que cuándo? Casi tantos años antes de que Lolita naciera como tenía yo ese verano. Siempre se puede esperar de un asesino una prosa elegante.
Damas y caballeros del jurado, la prueba número uno es lo que los serafines, los malinformados e ingenuos serafines con sus nobles alas, envidiaban. Miren esta corona de espinas.
Vladimir Nabokov
Fitter, Happier – Radiohead
Fitter, happier, more productive, (Más preparado, más feliz, más productivo)comfortable, (cómodo)not drinking too much, (no beber demasiado)regular exercise at the gym (ejercicio en el gimnasio con regularidad)(3 days a week), ((3 días a la semana,))getting on better with your associate employee contemporaries, (progresar mejor con tus empleados asociados contemporáneos)at ease, (a gusto)eating well (comer bien)(no more microwave dinners and saturated fats), ((no más cenas de microondas y grasas saturadas))a patient better driver, (un conductor paciente mejor)a safer car (un coche más seguro)(baby smiling in back seat), ((bebé sonriendo en el asiento de atrás))sleeping well (dormir bien)(no bad dreams), ((sin pesadillas))no paranoia, (sin paranoia)careful to all animals (cuidadoso con todos los animales)(never washing spiders down the plughole), ((nunca echar arañas por el desagüe))keep in contact with old friends (mantén el contacto con los viejos amigos)(enjoy a drink now and then), ((disfruta de un trago de vez en cuando))will frequently check credit at (allí comprobarás frecuentemente tu buena reputación)(moral) bank (hole in the wall), ((moral) banco (agujero en la pared))favors for favors, (favores a cambio de favores)fond but not in love, (cariñoso pero no enamorado)charity standing orders, (órdenes pendientes de caridad)on Sundays ring road supermarket (los domingos ir al supermercado del la ronda)(no killing moths or putting boiling water on the ants), ((no matar polillas o echar agua hirviendo a las hormigas))car wash (lavar el coche)(also on Sundays), ((incluso los domingos))no longer afraid of the dark or midday shadows (No temer ya a la oscuridad o a las penumbras)nothing so ridiculously teenage and desperate, (nada tan ridículamente adolescente y desesperado)nothing so childish – at a better pace, (nada tan infantil – en un lugar mejor)slower and more calculated, (más despacio y más calculado)no chance of escape, (sin oportunidad de escapar)now self-employed, (ahora trabajador autónomo)concerned (but powerless), (preocupado (pero ineficaz))an empowered and informed member of society (un competente e informado miembro de la sociedad)(pragmatism not idealism), ((pragmatismo, no idealismo))will not cry in public, (no llorarás en público)less chance of illness, (menos riesgo de enfermedad)tires that grip in the wet (neumáticos que se agarran en la humedad)(shot of baby strapped in back seat), ((foto de un bebé sujeto en el asiento de atrás))a good memory, (una buena memoria)still cries at a good film, (todavía llora con una buena película)still kisses with saliva, (todavía besa con saliva)no longer empty and frantic (ya no estar vacío ni desesperado)like a cat (como un gato)tied to a stick, (atado a un palo)that’s driven into (que se va)frozen winter shit (a la congelada e invernal mierda)(the ability to laugh at weakness), ((la habilidad de reír ante la debilidad))calm, (calma)fitter, (más preparado)healthier and more productive (más saludable y más productivo)a pig (un cerdo)in a cage (en una jaula)on antibiotics. (de antibióticos.)
Radiohead



Ítaca
Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas.
C. P. Cavafis

sexto canto de muerte

Si durante algún tiempo creí amar,de tal sentimiento, poco conozco ahora en mí.Si me comparo al común de la gente,es verdad que hallo en mí gran amor;mas si recuerdo a alguien de otro tiempo,y lo que Amor puede en buena disposición,ni tan sólo puedo darme el nombre de amador,pues mi pasión no es tanta como debiera.La que tanto amé, ya murió,y yo sigo vivo, viéndola morir;un gran amor no podría sufrirque la Muerte de ella me alejara.Tendría que ir a buscarla a su camino,mas no sé qué me impide decidirme:parezco quererlo, mas no es verdad, pues la Muerteno se resiste a quien en sí la desea.Claro está que mi vida no terminó,cuando vi cómo la muerte se le acercaba,y llorando decía: -¡No me dejéis,sentid el dolor que el dolor causa en mí! -¡Oh malvado corazón de quien en tal tranceno queda despedazado y sin sangre!Un poco de piedad, un poco de amorbastaría para mostrar un gran dolor.¿Quién será aquél que llegue a dolersela bastante de los piadosos males que la Muerte trae?¡Oh mal cruel, que la juventud arrebatáisy hacéis que la carne se pudra en la fosa!El espíritu, despavorido, va volandoa incierto lugar, temiendo la condena eterna;todo el placer presente atrás queda.¿Qué Santo no dudó ante la Muerte?¿Quién será aquél que lamentará la muertepropia o ajena, tanto como grande es el mal?No se puede sentir el dolor mortal,y menos aquél al que la muerte jamás tentó.¡Oh mal cruel, que para siempre separaslos ánimos que siempre permanecieron unidos!Mis sentimientos se hallan aturdidos;mi espíritu perdió la sensibilidad.Todos mis amigos me compadeceránasí que vean mi pasión;el falso compañero se alegrará,y el envidioso, que disfruta con el mal,¡pues, tanto como puedo, sufro y sufrir quiero,y si no padezco, siento fuerte disgusto,pues deseo no volver a sentir placery que jamás cese el llanto de mis ojos!No amo tan poco como para que no mojen mi caralas lágrimas, al pensar en su vida y en su muerte;rememorando su vida, vivo en la tristeza,y su muerte lamento tanto como puedo.No logro más, nada más puedo hacer,sino obedecer lo que mi dolor ordena;antes quisiera perder la razón que no el dolor,y de poco amor me acuso, puesto que no muero.No se excuse el amador de amar pocosi sigue vivo, estando muerta su amada;que viva por lo menos apartado del mundo,y que tan sólo tenga el nombre de cautivo.
Ausiàs March
no tanto la clara fuente...
No tanto la clara fuente desea ciervo herido, como yo, vuestro rendido, estaros siempre presente. Al grande y dulce reposo do está mi contentamiento, por otra puente no siento hallar otro paso, ni oso. Tarde me llega aquel día, para mí tan deseado, muy caramente comprado con dolor y pena mía. Pero al fin, tarde o temprano, que ha de venir estoy cierto, si muerte el camino abierto no lo cierra con su mano. No puedo ser de esperanza por ningún caso lanzado, porque, señora, os he amado según bienaventuranza. Y de vos favorescido contra mí cosa no siento, si vuestro consentimiento me otorga lo que le pido. De grandes dolores siento un monte delante puesto, de mil estorbos que opuesto se han a mi contentamiento. De mí preguntaros nueva, señora, tengo temor, dudando que no hay amor para mí puesta a la prueba. Y de no sabello temo vivir en mayor tormento y estos dos males que siento por cualquier lado me quemo. No está a vos el contentaros de cumplir lo que yo pido, si bien queráis por partido contra vos misma forzaros. Amor, amor es aquel que es fuerza que os aconseje para que mi bien se deje en vos cumplido y en él. Cosa alguna os dé temor de que rescibáis despecho, mis pensamientos han hecho la verdad de su color. Que serviros habrá sido en firmeza confirmados; de tal suerte de criados quiere ser amor servido. Si mentira os paresciere este lenguaje que oís, o vos sin amor vivís o no sabéis lo que quiere. Muy mal puede reposar quien siente aqueste tormento, tan sólo en el movimiento tendréis siguro lugar.
Ausiàs March


He intentado escribir ParaísoNo lo muevanQue el viento digaque esto es paraíso.Que los dioses perdonen aquelloque hiceQue aquellos que amo intenten perdonaraquello que hice.
Ezra Pound
Romper el cerdito
Mi padre no accedió a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre sí quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso.
-¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? –le dijo a mi madre- . No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.
Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, ¿cuándo voy a hacerlo? Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten en mayores en unos maleantes que roban en las tiendas porque se han acostumbrado a conseguir todo lo que se les antoja de la forma más fácil. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un maleante.
Lo que tengo que hacer a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de cacao, aunque lo odio. El cacao con nata es un shekel; sin nata, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de manera que si lo sacudo hace ruido. Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en patineta. Porque como dice mi padre, eso sí que es educar.
El caso es que el cerdito es muy lindo, tiene el hocico frío cuando uno se lo toca y, además, sonríe al meterle el shekel por el lomo, lo mismo que cuando sólo se le echa medio shekel, aunque lo mejor es que también sonríe cuando no se le echa nada. Además le he buscado un nombre, le he puesto Pesajson, como el hombre que tuvo nuestro buzón antes que nosotros, un buzón del que mi padre no consiguió arrancar la etiqueta. Pesajson no es como mis oros juguetes, es mucho más tranquilo, sin luces ni resortes, y sin pilas que le derramen su líquido por la cara. Lo único que hay que hacer es tenerlo vigilado para que no salte de la mesa.
-¡Pesajson, cuidado que eres de cerámica! –le digo cuando me doy cuenta de que se ha agachado un poco y mira al suelo, y entonces él me sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje. Me encanta cuando sonríe; es sólo por él que me tomo el cacao con la nata todas las mañanas, para poderle echar el shekel por el lomo y ver que su sonrisa no cambia ni una pizca.
-Te quiero, Pesajson –le digo después-, y para ser sincero te diré que te quiero más que a papá y a mamá. Además siempre te querré, pase lo que pase, aunque atraque tiendas. ¡Pero si llegas a saltar de la mesa, pobre de ti!
Ayer vino mi padre, agarró a Pesajson y empezó a sacudirlo salvajemente boca abajo.
-Cuidado, papá –le dije-, a Pesajson le va a doler la panza –pero mi padre siguió como si nada.
-No hace ruido, ¿sabes lo que quiere decir eso, Yoavi? Que mañana vas a tener un Bart Simpson en patineta.
-¡Qué bien, papá! –le dije-. Un Bart Simpson en patineta, genial. Pero deja de sacudirlo, porque haces que se sienta mal.
Papá dejó a Pesajson en su sitio y fue a llamar a mi madre. Volvió al cabo de un minuto arrastrándola con una mano y agarrando un martillo con la otra.
-¿Ves cómo yo tenía razón? –le dijo a mi madre-, ahora sabrá valorar las cosas, ¿a que sí, Yoavi?
-Pues claro –le respondí –le respondí, porque la verdad es que así era, pero a los pocos minutos mi padre se impacientó y me espetó:
-¡Venga, rompe el cerdito de una vez!
-¿Qué –exclamé yo-. ¿Romper a Pesajson?
-Sí, sí, a Pesajson –insistió mi padre-. Anda, venga, rómpelo. Te mereces ese Bart Simpson, te lo has ganado a pulso.
Pesajson me brindó la melancólica sonrisa de un cerdito de cerámica que sabe que ha llegado su fin. Al diablo con el Bart Simpson, ¿cómo iba a darle un martillazo en la cabeza a un amigo?
-No quiero un Simpson –dije, y le devolví el martillo a mi padre-, me basta con Pesajson.
-No lo has entendido –me aclaró entonces mi padre-, no pasa nada, así es como se aprende, ven, lo voy a romper yo. Alzó el martillo mientras yo miraba los ojos desesperados de mi madre y luego la sonrisa fatigada de Pesajson, y entonces supe que todo dependía de mí, que si no hacía algo, Pesajson iba a morir.
-Papá –le dije sujetándolo de la pernera.
-¿Qué pasa, Yoavi? –me respondió con el martillo todavía en alto.
-Quiero un shekel más, por favor –le supliqué-, deja que le eche otro shekel, mañana, después del cacao, y entonces lo rompemos, mañana, lo prometo.
-¿Otro shekel? –sonrió mi padre, dejando el martillo sobre la mesa-. ¿Ves, mujer?, he conseguido que el niño tome conciencia.
-Eso, sí, conciencia –le dije-, mañana. –Y eso que las lágrimas ya me ahogaban la garganta.
Cuando ellos ya habían salido de la habitación abracé con mucha fuerza a Pesajson y di rienda suelta a mi llanto. Pesajson no decía nada, sino que muy calladito temblaba entre mis brazos.
-No te preocupes –le susurré al oído-, te voy a salvar.
Por la noche me quedé esperando a que mi padre terminara de ver la tele en la sala y se fuera a dormir. Entonces me levanté sin hacer ruido y me escabullí con Pesajson por la galería. Caminamos juntos muchísimo rato en medio de la oscuridad, hasta que llegamos a un campo lleno de ortigas.
-A los cerdos les encantan los campos –le dije a Pesajson mientras lo dejaba en el suelo-, especialmente los campos de ortigas. Vas a estar muy bien aquí.
Me quedé esperando una respuesta, pero Pesajson no dijo nada, y cuando le rocé el morro como gesto de despedida, se limitó a clavar en mí su melancólica mirada. Sabía que nunca más volvería a verme.
Etgar Keret
Soneto de repente
Un soneto me manda hacer Violante,que en mi vida me he visto en tanto aprieto;catorce versos dicen que es soneto,burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonantey estoy a la mitad de otro cuarteto,mas si me veo en el primer terceto,no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,y parece que entré con pie derechopues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo y aun sospechoque voy los trece versos acabando:contad si son catorce y está hecho.
Lope de Vega

Demian (fragmento)
Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dió unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.
(...)
Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría. "
Herman Hesse
Una soledad demasiado ruidosa
Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos. Por regla general, prenso unas dos toneladas por mes, y para tener fuerzas para este bendito trabajo, durante treinta y cinco años he bebido tanta cerveza que con ella se podría llenar una piscina olímpica o una buena cantidad de viveros de carpas navideñas. De esta manera, a pesar de mí mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica, mi cabeza calva es la nuez de Cenicienta, y sé bien que los tiempos en los que el pensamiento estaba inscrito en la memoria humana tenían que ser mucho más hermosos; si en aquel tiempo alguien hubiese querido prensar libros, tendría que haber prensado cabezas humanas, pero tampoco eso habría servido para nada, porque los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.
Bohumil Hrabal







Guillaume Apollinaire
La casa de YvesLa casa de Yves TanguyDonde se entra sólo de nocheCon la lámpara-tempestadAfuera el país transparenteUn adivino en su elementoCon la lámpara-tempestadCon el aserradero tan laborioso que ya no se lo veY la tela estampada del cielo-Vamos, lo sobrenatural al sueloCon la lámpara-tempestadCon el aserradero tan laborioso que ya no se lo veCon todas las estrellas del infiernoHecha de lazos y jambajesColor de cangrejo en el oleajeCon la lámpara-tempestadCon el aserradero tan laborioso que ya no se lo veCon todas las estrellas del infierno Con los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cablesEl espacio encadenado, el tiempo disminuidoAriana en su aposento-cofrecilloCon la lámpara-tempestadCon el aserradero tan laborioso que ya no se lo veCon todas las estrellas del infiernoCon los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cablesCon las crines sin fin del argonautaEl servicio está a cargo de falenasQue se cubren los ojos con telasCon la lámpara-tempestadCon el aserradero tan laborioso que ya no se lo veCon todas las estrellas del infiernoCon los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cablesCon las crines sin fin del argonautaCon el moblaje fulgurante del desiertoAllí Se mata allí se curaY sin tapujos se conspiraCon la lámpara-tempestadCon el aserradero tan laborioso que ya no se lo veCon todas las estrellas del infiernoCon los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cablesCon las crines sin fin del argonautaCon el moblaje fulgurante del desiertoCon las señales que intercambian los amantes desde lejosÉsa es la casa de Yves Tanguy.André Breton
Poemas
ConfesiónEsperando la muerteComo un gatoQue va a saltar sobreLa camaMe da tanta penaMi mujerElla verá esteCuerpoBlancoRígidoLo zarandeará una vez y luegoQuizásOtra:<>Hank no Responderá.No es mi muerte lo queMe preocupa, es mi mujerQue se quedará con esteMontón de Nada.Quiero queSepaSin embargoQue todas las nochesQue he dormido a su ladoIncluso las discusionesMás inútilesSiempre fueronAlgo espléndidoY esas difícilesPalabrasQue siempre temíDecirPueden decirseAhora:Te amo.
Acto creativoPor el huevo roto en el sueloPor el 5 de julioPor el pez en la peceraPor el viejo de la habitación nº 9Por el gato sobre el muroPor ti mismoNo por la famaNi por el dineroTienes que seguir luchandoCuanto te haces viejoDisminuye el atractivoEs más fácil cuando se es jovenCualquiera puede alcanzarLas alturas alguna que otra vezLa clave consiste enResistirCualquier cosa que sirvaPara queEsta vida siga bailandoFrente a Doña Muerte.PutrefacciónÚltimamenteMe ronda este pensamientoQue este paísHa retrocedido4 0 5 décadasy que todo el avance sociallos buenos sentimientos deuna persona hacia otrase han borradoy se han reemplazado por la viejaintolerancia de siempre.Más que nuncaTenemos Egoístas ansias de poderDesprecio por elDébil El viejoEl pobreEl desvalido.Estamos reemplazando necesidad con GuerraSalvación con Esclavitud.Hemos desperdiciado Los logrosNos hemos deterioradoDeprisa.Tenemos nuestra BombaEs nuestro miedoNuestra vergüenzaY nuestra condenaAhoraSe ha apoderado de nosotrosAlgo tan tristeQue nos dejaSin alientoY ni siquiera podemosLlorar.
Charles Bukowski
La melancólica muerte del chico ostra
Amanda
Por ahorrarnos la demandala llamaremos Amanda("o la que encuentro contentoesnifando pegamento").
Sé que tiene este deslizpues cada vez que se suena el kleenex-tras que ella truena-se le pega a la nariz.

Cabeza de melón
Había un niño taciturno,de hombre y melón un injerto.tenía el ánimo nocturnopor desear tanto estar muerto.
Pero hay que tener cuidado con lo que se desea.Pues él acabó en jalea tras un pisotón bien dado.



Palillo y Cerilla enamorados
Palillo quería a Cerillacon un amor muy vehemente. Amaba su delgadezque veía muy ardiente.
Entre Palillo y Cerilla¿puede arder una pasión?Así fue. Y en un segundoella lo volvió carbón.
Chico Brie Una noche Brie soñaba que su cabeza redonda ya no estaba tan oronda: solo era una rebanada
Entre los niños no hay quien para sus juegos lo escoja, pero él al menos va bien con un tinto de La Rioja. La mirona Yo conocí una chavala que no hacía sino mirar. No había poder ni alcabala que lo pudiera evitar. ¿Qué más le podía importar? Sólo mirar y mirar. Se ponía a mirar el suelo se ponía a mirar el cielo. Horas y horas ve que ve y nadie sabía por qué.

Pero despúes de ganar todas las competiciones
Dejó a sus ojos gozar
de unas buenas vacaciones
Tim Burton

.

La vida según Adán
Enfermó Adán el primer invierno después de su salida del paraísoy asustado con los síntomas, la tos, la fiebre, el dolor de cabeza,se echó a llorar igual que años más tarde lo haría María Magdalena,y dirigiéndose a Eva, "no sé qué me ocurre" gritó, "tengo miedo""amor mío, ven aquí, creo que ha llegado la hora de mi muerte".
Eva se sorprendió mucho al oir aquellas palabras, amor, miedo, muertey le pareció que pertenecían a una lengua extraña, ajena al paradisiaqués,y anduvo con ellas en la boca, masticándolas como pepitas, como raíces,hasta que creyó, amor, miedo muerte, comprender enteramente su sentido.Para entonces Adán ya se había repuesto, y volvía a sentirse feliz, o casi.
Fue sólo, aquel hecho extraparadisíaco, el primero de una larga serie,de modo que Adán y Eva siguieron, por así decir, recibiendo clases intensivasde la lengua que decía amor, miedo, muerte, aprendiendo palabras comocansancio, sudor, carcajada, carcaj, carcamal, canción, caricia o cárcel;a medida que crecía su vocabulario, las arrugas de su piel aumentaban.
La hora de la muerte, la verdadera, le llegó a Adán siendo ya muy viejo,y quiso entonces transmitir a Eva lo que había aprendido, su última verdad."¿Sabes, Eva?", le dijo, "la pérdida del paraíso no fue en realidad una desgracia".A pesar de los trabajos, a pesar de lo del pobre Abel y todos los demás conflictos,hemos conocido lo único que, noblemente hablando, puede llamarse vida.
Sobre la tumba de Adán se derramaron lágrimas corrientes, de agua y sal,que cayeron a tierra y no criaron jacintos, ni rosas, ni flores de ninguna clase,y de todos ellos fue Caín el que, paradójicamente, con más desgarro lloró;Luego Eva recordó con cariño el susto de Adán cuando su primera gripe,y todos se calmaron, y se fueron, y tomaron algo, y comieron un bollo.
Bernardo Atxaga
La leyenda de Carlomagno
El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El Emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.
Italo Calvino


UN GOLPE DE DADOS NUNCA SUPRIMIRÁ EL AZAR


UN GOLPE DE DADOS

NUNCA



AUN LANZADO EN CIRCUNSTANCIAS ETERNAS




DEL FONDO DE UN NAUFRAGIO





SEA

que


el Abismo



blanqueare
calmo
furioso
planeare desesperadamente
bajo una inclinación
de su
propia ala
de


antemano afectada por la imposibilidad de levantar el vuelo
cubriendo los borbollones
cortando a ras los saltos


muy interiormente resume
la sombra oculta en la profundidad por esa vela alternativa
hasta adaptar
en la envergadura
su anchurosa profundidad mientras que el esqueleto
de un navío
se inclina de una a otra borda



EL MAESTRO


sugiere

de esa conflagración
que sucede
que se



como se amenaza
el único Número que no puede






duda
cadáver separado por el brazo
en vez
de jugar
la partida
como un maníaco canoso
en nombre de las olas

una

naufragio éste




ha surgido fuera de antiguos cálculos
en el sitio en que la maniobra con la edad olvidada

que antaño empuñaba el timón
del horizonte unánime

a sus pies
prepara
se agita y mezcla
en el puño que la aprisionaba
al destino y los vientos
ser otro

Espíritu
para arrojarlo
en la tempestad
replegando la escuadra y pasar altanero


del secreto que detenta






invadió al jefe
corre cual barba sumisa
directo del hombre
sin navío
no importa dónde
inútilmente






ancestralmente sin abrir la mano
crispada
más arriba de la inútil cabeza
legado en la desaparición
a alguien
incierto
el ulterior demonio inmemorial
teniendo
comarcas sin valor
indujo
al anciano hacia esa suprema conjunción con la probabilidad
aquella
su sombra pueril
acariciada pulida lavada y lista
dominada por la ola y substraída
a los duros huesos perdidos entre los tablones
nace
de un juego
el mar fue tentado por el abuelo o el abuelo fue tentado por el mar
inútil resultado
Esponsales
en donde
el velo de ilusión refleja su locura
como el fantasma de un gesto
vacilará
oscilará
locura








SUPRIMIRÁ


COMO SI


Una insinuación

al silencio


en alguien próximo

revolotea






simple

retorcida junto con la ironía

o

el misterio

precipitado
aullado

torbellino de hilaridad y horror

alrededor del abismo

sin cubrirlo
ni huir

y acuna el virgen índice


COMO SI







una enloquecida pluma solitaria


Salvo






que la encuentre o roce el toque de medianoche
e inmovilice
al terciopelo ajado por fría carcajada


esa rígida blancura


insultante

en oposición al cielo
exagerada
para no marcar
exiguamente
a cualquier
príncipe amargo del escollo
se cubre la cabeza como si fuera con lo heroico
irresistible pero contenido
por su pequeña razón viril
como un relámpago




inquieto
expiatorio y púber
mudo







El lúcido y señorial penacho
centellea
en la frente invisible
después ensombrece
una pequeña estatura tenebrosa
en su torsión de sirena


con las últimas e impacientes escamas



reír


ya


LO CREO





de vértigo



erguida

en el instante
de abofetear


bifurcadas

una roca

falsa morada
bruscamente
evaporada en brumas
que impuso
un límite al infinito







ERA



descendiente estelar
ESO SERÍA

peor

no

ni más ni menos

indiferentemente pero igual que




EL NÚMERO

¿EXISTIRÍA
en forma distinta a una alucinación dispersa en agonía?

¿COMENZARÍA Y CESARÍA
surgiendo cuando era negado y concluso cuando apareció
al fin
por algún exceso extendido en rareza?
¿CONSIDERARÍASE


como resultado de ka suma sólo por una de ellas?
¿ILUMINARÍA?




EL AZAR

Cayó
la pluma
rítmica suspendida en lo siniestro
se sumerge
en las espumas originales
donde no ha mucho crecía su delirio hasta una cima
asolada
por la neutralidad idéntica del abismo






NADA



de la memorable crisis
o se produjo
el acontecimiento




realizado en vista de todo resultado nulo
humano

HABRÁ TENIDO LUGAR
una elevación ordinaria se rebalsa de ausencia

SEA QUE EL LUGAR
inferior salpique a cualquiera como para dispersar el acto vacío
escarpado sino
por su error
fue fundada
la perdición

en esos parajes
vaporosos
en los que toda realidad se disuelve





EXCEPTUADA
la altitud
QUIZÁS


tan lejana que un lugar





se fusiona con el más allá

ajeno al interés
respecto a él señalado
en general
según tal oblicuidad por tal declividad
de los astros
en esa dirección
debe hallarse
el Septentrión también el Norte

UNA CONSTELACIÓN
fría de olvido y de desuso
pero no tanto
que no enumere
sobre alguna superficie desierta y superior
el choque
sideralmente sucesivo
en un cálculo total en formación

velando
dudando
girando
brillando y meditando

antes de detenerse
en algún sitio último que la consagre

Todo Pensamiento emite un Golpe de Dados
Stéphane Mallarmé



Voy a contarte en secretoquién soy yo,así, en voz alta,me dirás quién eres (quiero saber quién eres)cuánto ganas, en qué taller trabajas,en qué mina,en qué farmacia,tengo una obligaciónterribley es saberlo,saberlo todo:día y noche saber cómo te llamas,ése es mi oficio,conocer una vidano es bastanteni conocertodas las vidases necesario,verás,hay que desentrañar,rascar a fondoy como en una telalas líneas ocultaron,con el color, la tramadel tejido,yo borro los coloresy busco hasta encontrarel tejido profundo,así también encuentrola unidad de los hombres,y en el pan buscomás allá de la forma. Me gusta el pan,lo muerdo,y entoncesveo el trigo,los trigales tempranos,la verde formade la primavera,las raíces, el agua,por esomás allá del pan,veo la tierra,la unidad de la tierra,el agua,el hombre,y así todo lo pruebobuscándoteen todo,ando, nado, navego,hasta encontrarte,y entonces te preguntocómo te llamas,calle y número,para que tú recibasmis cartas,para que yo te diga quién soy y cuánto gano,dónde vivo,y cómo era mi padre.
Ves tú qué simple soy,qué simple eres,no se tratade nada complicado.Yo trabajo contigo,tú vives, vas y vienesde un lado a otro,es muy sencillo,eres la vida,eres tan transparentecomo el agua,y así soy yo,mi obligación es ésa:ser transparente,cada díame educo,cada día me peinopensando como piensas,y andocomo tú andas,como, como tú comes,tengo en mis brazos a mi amorcomo a tu novia tú,y entoncescuando estoestá probado,cuando somos iguales,escribo,escribo con tu vida y con la mía,con tu amor y los míos,con todos tus doloresy entoncesya somos diferentesporque, mi manoen tu hombro,como viejos amigoste digo en las orejas:no sufras,ya llega el día,ven, ven conmigo,ven con todoslos que a ti se parecen,los más sencillos.Ven, no sufras,ven conmigo, porque aunqueno lo sepas,eso yo sí lo sé:yo sé hacia dónde vamos,y es ésta la palabra:no sufrasporque ganaremos,ganaremos nosotros,los más sencillosganaremos,aunque tú no lo creas,ganaremos.
Pablo Neruda
La voz a ti debida
Yo no necesito tiempopara saber cómo eres:conocerse es el relámpago.¿Quién te va a ti a conoceren lo que callas, o en esaspalabras con que lo callas?El que te busque en la vidaque estás viviendo, no sabemas que alusiones de ti,pretextos donde te escondes.Ir siguiéndote hacia atrásen lo que tú has hecho, antes, sumar acción con sonrisa,años con nombres, seráir perdiéndote. Yo no.Te conocí en la tormenta.Te conocí, repentina,en ese desgarramientobrutal de tiniebla y luz,donde se revela el fondoque escapa al día y la noche.Te vi, me has visto, y ahora,desnuda ya del equívoco,de la historia, del pasado,tú, amazona en la centella,palpitante de reciénllegada sin esperarte,eres tan antigua mía,te conozco tan de tiempo,que en tu amor cierro los ojos,y camino sin errar,a ciegas, sin pedir nadaa esa luz lenta y seguracon que se conocen letrasy formas y se echan cuentasy se cree que se vequién eres tú, mi invisible
Pedro Salinas













Elegía a Ramón Sijé - Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, seme ha muerto como del rayo Ramón Sijé,a quien tanto quería)Yo quiero ser llorando el hortelanode la tierra que ocupas y estercolas,compañero del alma, tan temprano.Alimentando lluvias, caracolasy órganos mi dolor sin instrumento,a las desalentadas amapolasdaré tu corazón por alimento.Tanto dolor se agrupa en mi costadoque por doler me duele hasta el aliento.Un manotazo duro, un golpe helado,un hachazo invisible y homicida,un empujón brutal te ha derribado.No hay extensión más grande que mi herida,lloro mi desventura y sus conjuntosy siento más tu muerte que mi vida.Ando sobre rastrojos de difuntos,y sin calor de nadie y sin consuelovoy de mi corazón a mis asuntos.Temprano levantó la muerte el vuelo,temprano madrugó la madrugada,temprano estás rodando por el suelo.No perdono a la muerte enamorada,no perdono a la vida desatenta,no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormentade piedras, rayos y hachas estridentessedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,quiero apartar la tierra parte a partea dentelladas secas y calientes.Quiero minar la tierra hasta encontrartey besarte la noble calaveray desamordazarte y regresarte.Volverás a mi huerto y a mi higuera:por los altos andamios de las florespajareará tu alma colmenerade angelicales ceras y labores.Volverás al arrullo de las rejasde los enamorados labradores.Alegrarás la sombra de mis cejas,y tu sangre se irá a cada ladodisputando tu novia y las abejas.Tu corazón, ya terciopelo ajado,llama a un campo de almendras espumosasmi avariciosa voz de enamorado.A las ladas almas de las rosasdel almendro de nata te requiero,que tenemos que hablar de muchas cosas,compañero del alma, compañero.(El rayo que no cesa)
AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
Cerrar podrá mis ojos la postrera Sombra que me llevare el blanco día, Y podrá desatar esta alma mía Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera Dejará la memoria, en donde ardía: Nadar sabe mi llama el agua fría, Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, Venas, que humor a tanto fuego han dado, Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado; Serán ceniza, mas tendrá sentido; Polvo serán, mas polvo enamorado.
Quevedo

El gato negro
No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!
Edgar Allan Poe

¿Qué es la literatura?
Un joven imbécil escribe: «Si usted quiere comprometerse, ¿a qué espera para inscribirse en el Partido Comunista?» Un gran escritor, que se comprometió muchas veces y rompió sus compromisos todavía con más frecuencia, pero que lo ha olvidado, me dice: «Los peores artistas son los más comprometidos: ahí tiene a los pintores soviéticos». Un viejo crítico se lamenta dulcemente: «Quiere usted asesinar a la literatura; el desprecio de las Bellas Letras se exhibe con insolencia en su revista». Un pobre de espíritu me llama intelectualoide, lo que es sin duda para él el peor de los insultos; un autor que se arrastró penosamente de una guerra a otra y cuyo nombre despierta a veces lánguidos recuerdos entre los viejos, me reprocha que no me preocupe de la inmortalidad: sabe, a Dios gracias, de mucha gente bien que pone en ella su mayor esperanza. A los ojos de un buen foliculario norteamericano, mi laguna está en que no he leído nunca a Bergson ni a Freud; en cuanto a Flaubert, que no se comprometió, parece que me obsede como un remordimiento. Los maliciosos guiñan el ojo: «¿Y la poesía? ¿Y la pintura? ¿Y la música? ¿También quiere usted comprometerlas?» Y los espíritus marciales preguntan: «¿De qué se trata? ¿De literatura comprometida? Pues bien, es el antiguo realismo socialista, a no ser que estemos ante una renovación del populismo, mucho más agresivo».
¡Cuántas tonterías! Es que se lee mucho más de prisa, mal, y que se juzga antes de haber comprendido. Por tanto, comencemos de nuevo. Esto no es divertido para nadie, ni para ustedes, ni para mí. Pero hay que dar en el clavo. Y como los críticos me condenan en nombre de la literatura, sin decir jamás qué entienden por eso, la mejor respuesta que cabe darles es examinar el arte de escribir, sin prejuicios. ¿Qué es escribir? ¿Por qué se escribe? ¿Para quién? En realidad, parece que nadie ha formulado nunca estas preguntas.
Jean-Paul Sartre











He pasado toda la noche sin dormir
He pasado toda la noche sin dormir, viendo, sin espacio tu figura.Y viéndola siempre de maneras diferentes de como ella me parece.Hago pensamientos con el recuerdo de lo que es ella cuando me habla,y en cada pensamiento cambia ella de acuerdocon su semejanza.Amar es pensar.Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y nopienso más que en ella.Tengo una gran distracción animada.Cuando deseo encontrarlacasi prefiero no encontrarla,Para no tener que dejarla luego.No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo quequiero. Quiero tan soloPensar en ella.Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.
EstancoNo soy nada.Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Esto aparte, tengo en mí todos los sueños.Ventanas de mi cuarto, del cuarto de uno de los millones del mundo sabe quién es (y de saberse quién es, ¿qué se sabría?), dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente, a una calle inaccesible a todos los pensamientos, real, imposiblemente real, verdadera, desconocidamente verdadera, con el misterio de las cosas debajo de las piedras y los seres, con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos a los hombres, con el Destino conduciendo al carro de todo por la carretera de nada. Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad. Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir y no tuviera más hermandad con las cosas que una despedida, convertidos esta casa y este lado de la calle en hilera de vagones de un tren, silbada su salida desde dentro de mi cabeza, y sacudidos mis nervios y chirriantes los huesos en la marcha. Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó. Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo al Estanco del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.Fracasé en todo.Como no tenía propósito alguno, todo tal vez fuese nada. Del aprendizaje que me dieron me descolgué por la ventana de las traseras de la casa. Fui hasta el campo con grandes propósitos. Mas allí sólo encontré hierbas y árboles, y gente, cuando la había, igual a la otra.Dejo la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?¡Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy!¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa! y tantos hay que piensan ser la misma cosa que no podrán serIo tantos. ¿Genio? En este momento cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios como yo, y la historia no marcará, ¿quién sabe?, ni a uno sólo, ni quedará más que estiércol de tantas conquistas futuras. No, no creo en mí. ¡En todos los manicomios hay locos descabalados por tantas certezas! Yo, que de nada estoy cierto, ¿soy más cabal o soy menos cabal?No, ni en mí... ¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo no habrá a estas horas genios-para-sí-mismos soñando? ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas -sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas- y quién sabe si realizables,nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de nadie?El mundo es de quien nace para conquistarloy no del que sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.He soñado más que cuanto Napoleón hizo,he estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristohe hecho en secreto filosofías no escritas aún por ningún Kant.Mas soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla, aunque no viva en ella;seré siempre el que no nació para eso;seré siempre tan sólo el que tenía cualidades;seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta junto a una pared sin puertay cantó la cantinela del Infinito en un gallineroy oyó la voz de Dios en un pozo cegado.¿Creer en mí? No, ni en nada.Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello,y lo demás, que venga si es que viene o ha de venir, o que no vengaEsclavos por el corazón de las estrellas,conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;pero despertamos y es opaco, nos levantamos y es ajeno, salimos de casa y es la tierra entera más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.(iCome chocolatinas, niña, come chocolatinas! Mira que en el mundo no hay más metafísica que las chocolatinas. Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería. iCome, niña sucia, come! iOjalá pudiese comer chocolatinas con la misma verdad con que las comes! Mas yo pienso, y al quitarles el papel de plata, que es de hoja de estaño,lo tiro todo al suelo, como tiré la vida.) Pero de la amargura de lo que nunca seré queda al menos la rápida caligrafía de estos versos, pórtico hendido hacia lo Imposible. Pero al menos consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas, noble al menos por el gesto de largueza con que arrojo la ropa sucia que soy al discurrir de las cosas [mas no tomo nota]y me quedo en casa sin camisa.(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,seas diosa griega concebida cual estatua viva o patricia romana de imposible nobleza y nefasta o princesa de trovadores muy gentil y abigarrada o marquesa del siglo dieciocho escotada y distante o cocotte célebre del tiempo de nuestros padres o qué sé yo qué moderno -no concibo bien qué-, todo eso, sea lo que sea que seas, si puede inspirar, que inspire! Mi corazón es un cubo vaciado. Como los que invocan espíritus invocan espíritus, me invocoa mí mismo, y no encuentro nada. Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta. Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan, veo los entes vivos vestidos que se entrecruzan, veo los perros, que también existen, y todo eso me pesa como una condena al destierro, y todo eso es ajeno, como todo.)Viví, estudié, amé y hasta creí, y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo porque él no es yo. A cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni creído (porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso); tal vez hayas existido sólo como la lagartija a la que cortan la cola y es cola removiéndose más acá de la lagartija. Hice de mí lo que no supe y lo que pude hacer de mí no lo hice. Vestí un dominó equivocado. Me conocieron enseguida como quien no era, y no lo desmentí, y me perdí Cuando me quise quitar la máscara la tenía pegada a la cara. Cuando. me la quité y me vi al espejo ya había envejecido. Borracho, no sabía ya vestir el dominó que no me había quitado. Arrojé la máscara y dormí en el guardarropa como un perro al que tolera la gerencia por ser inofensivo. Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.Esencia musical de mis versos inútiles, quién pudiera encontrarte cual cosa hecha por mí en vez de quedarme siempre frente al Estanco de enfrente pisoteando la conciencia de estar existiendo cual alfombra en que un borracho tropieza o felpudo que robaron los gitanos y no valía nada.Mas el Dueño del Estanco asoma a la puerta y permanece en la puerta. Lo miro con la incomodidad de tener mal colocada la cabeza y con la incomodidad del alma que está malentendiendo. Él morirá y yo moriré. Él dejará el letrero y yo dejaré versos. Un día también morirá el letrero, y los versos también. Tras ese día morirá la calle donde estuvo el letrero y la lengua en que fueron escritos los versos. Morirá después el planeta girante donde aconteció todo eso. En otros satélites de otros sistemas algo así como gente seguirá haciendo cosas como versos y viviendo bajo cosas como letreros. Siempre una cosa frente a la otra, siempre una cosa tan inútil como la otra, siempre lo imposible tan estúpido como lo real, siempre el misterio de lo hondo tan verdadero como el sueño de misterio de la superficie, siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni otra.Mas un hombre entra en el Estanco (¿para comprar tabaco?) y la realidad plausible cae de repente sobre mí. Me semincorporo enérgico, convencido, humano, para intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.Enciendo un cigarrillo mientras pienso en escribirlosy en el cigarrillo saboreo la liberación de todos los pensamientos. Sigo al humo como a una ruta propia y gozo, en ese momento sensitivo y adecuado, la liberación de todas las especulaciones y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de hallarse uno indispuesto. Después me reclino en la silla y continúo fumando. Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando(Si me casara con la hija de mi lavandera tal vez fuera feliz.) Visto lo cual me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.El hombre ha salido del Estanco (¿guarda el cambio en el bolsillo de los pantalones?). Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica. (El dueño del Estanco se ha asomado a la puerta.) Como por instinto divino Esteves se vuelve y me ve. Gesticula un adiós, le grito ¡Hola, Esteves! , y el universo se me reconstruye sin ideal ni esperanza, y el Dueño del Estanco sonríe.
Todas las cartas de amor son ridículasTodas las cartas de amor sonridículas.No serían cartas de amor si no fuesen ridículas.También en mi tiempo yo escribí cartas de amor,como las demás,ridículas.Las cartas de amor, si hay amor,tienen que serridículas.Pero, al fin,sólo las criaturas que nunca escribieroncartas de amorson las que sonridículas.Ojalá volviera al tiempo en que escribíasin darme cuentacartas de amorridículas.La verdad es que hoy son mis recuerdosde esas cartas de amorlos que sonridículos.(Todas las palabras esdrújulas,como los sentimientos esdrújulos,son naturalmenteridículas.)
Fernando Pessoa






Cartas a un joven poeta
París, a 17 de febrero de 1903
Muy distinguido señor:
Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.
Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.
Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.
Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.
Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.

Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.
Con todo afecto y simpatía,
Rainer Maria Rilke
Carta de Simone de Beauvoir a Jean Paul Sartre
Querido pequeño ser: Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso, el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: "¿De que se ríe?". Y le contesté: "Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo". Y replicó: "Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía". Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que de una relación que siempre me había sido grata. Hasta la vista querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina. Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo. Te beso tiernamente, tu Castor.
Polo sur
Las causas del desastre no son debidas a una organización defectuosa de la expedición, sino a la mala suerte en todos los riesgos que teníamos que correr.

1. La pérdida de los ponys ocurrida en marzo de 1911, me obligó a partir más tarde de lo que había decidido en un principio y a llevar una cantidad de víveres menor a la prevista.

2. El mal tiempo en la ida, sobretodo la larga tormenta que sufrimos en los 83º de latitud, retardó nuestra marcha.

3. La nieve blanda en las regiones inferiores del glaciar hizo aún más lento nuestro avance.

Con energía hemos luchado contras estas circunstancias imprevistas y las hemos vencido, pero a costa de nuestros víveres de reserva. Las provisiones, la ropa y la organización de la línea de depósitos establecidos sobre la meseta, así como en toda la ruta del Polo, de 1300 kilómetros, han sido totalmente satisfactorias.

Nuestro grupo habría regresado al glaciar Beardmore en buen estado y con un buen suplemento de víveres si no se hubiera producido el desfallecimiento sorprendente de Evans, entre nosotros el que creíamos el más resistente.

A buen tiempo el glaciar Beardmore no es difícil de atravesar; pero en nuestro regreso no tuvimos una sola jornada realmente buena y la enfermedad de nuestro compañero agravó aún más la situación.

Como ya he dicho, nos aventuramos en una región glaciar extremadamente accidentada; y en una caída, Edgar Evans sufrió una conmoción cerebral. Murió de muerte natural. Su desaparición dejó a nuestro equipo debilitado en el momento en que un invierno precoz caía sobre nosotros.

Pero todo esto no es nada en comparación con lo que nos esperaba en la barrera. De nuevo afirmo que las disposiciones tomadas para asegurar nuestra retirada eran óptimas, y que nadie habría podido prever en esta época del año, las temperaturas y el estado de la nieve que encontramos. En la meseta, entre los 85º y 86º de latitud tuvimos entre -28º y -34º centígrados; y en la barrera a 82º de latitud y una altitud de 3000 metros la más baja, experimentamos generalmente -34º durante el día y -44º durante la noche, con un incesante viento en contra durante las marchas.

Estas circunstancias se han producido de improviso y nuestro fracaso es debido a la llegada súbita del mal tiempo, fenómeno al parecer imposible descubrir la causa. Ningún ser humano ha sufrido tanto como nosotros en este último mes. A pesar del frío y del viento habríamos pasado si no hubiera sobrevenido la enfermedad de un segundo compañero, el capitán Oates; si no se hubiese disminuido inexplicablemente el combustible contenido en los depósitos; y, en fin, sin este último huracán. Nos han detenido a 11 millas del depósito donde esperábamos hallar los víveres necesarios para la última parte del viaje. ¿Nunca alguien tuvo antes peor suerte?.

Hemos sido detenidos a 11 millas del campo One Ton, con víveres para sólo dos días y combustible para una sola comida. Desde hace cuatro días nos ha sido imposible salir de la tienda: el huracán sopla a nuestro alrededor. Estamos débiles, apenas puedo escribir. Sin embargo no lamento haber emprendido esta expedición: en ella se demuestra la resistencia de los ingleses, su espíritu solidario, y prueba de cómo saben mirar la muerte con tanto valor, tanto hoy como ayer. Hemos afrontado riesgos, sabiendo de antemano que íbamos a correrlos. Si las cosas se han vuelto contra nosotros, no debemos quejarnos, sino inclinarnos ante la voluntad de la Providencia, resueltos a hacer todo lo que podamos hasta el final...

Me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removiera el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, la contarán...
Capitán Robert Scott
Pessoa
Un día se fue la luz. Freitas no estaba y Osorio, el “grumete”, había salido a hacer unos recados. Fernando fue a buscar un lámpara de petróleo, la encendió y la puso encima de mi mesa. Poco antes de la hora de partida, me alcanzó una notita que decía “Le pido que se quede”. Yo permanecí expectante. Por entonces ya había notado el interés de Fernando hacia mí; y yo, lo confieso, también le encontraba cierta gracia… Recuerdo que estaba de pie, a punto de ponerme el abrigo, cuando él entró en mi despacho. Se sentó en mi silla, dejó sobre la mesa la lámpara que traía y comenzó de pronto a declararse como Hamlet a Ofelia: “¡Oh, querida Ofelia!, mido mal mis versos, carezco de arte para medir mis suspiros, pero te amo en extremo. ¡Oh, hasta el último extremo, créeme!». Quedé muy conmovida, como es natural, y sin saber qué decir ni hacer, acabé por ponerme el abrigo y despedirme apresuradamente. Fernando se levantó con la lámpara en la mano para acompañarme hasta la puerta. Pero, de repente, apoyó la lámpara sobre la divisoria de la pared, me tomó sorpresivamente por la cintura, me abrazó y, sin decir una palabra, me besó, me besó apasionadamente, como un loco. […] Días más tarde, como Fernando parecía ignorar lo que había sucedido entre nosotros, resolví escribirle una carta pidiéndole una explicación; lo que dio origen a su primera carta-respuesta, con fecha 1.° de marzo de 1920.»
Ophelia Queiros

Momentos de Grecia (fragmento)
" Estos griegos -me pregunté- dónde están? Formulada por un visitante extranjero en la misma Acrópolis y al pie del Partenón, esta desazonante pregunta parecía reflejar la desilusión ante la imposibilidad de revivir un pasado, quizá ya definitivamente muerto, a pesar de las grandes expectativas concebidas sobre él durante años en tierra lejana.
(…)
Hay un sueño en la vigilia, un sueño de pocos instantes, que posee una mayor fuerza de transformación y está más cerca de la muerte que el sueño largo y profundo de las noches. "
Hugo Von Hofmannsthal



La carta de Lord Chandos
Esta es la carta que Philip, lord Chandos, hijo menor del conde de Bach, escribió a Francis Bacon, más tarde lord Verulam y vizconde de St. Alban, para disculparse ante este amigo por su renuncia total a la actividad literaria.
Es usted muy benévolo, mi apreciado amigo, en pasar por alto mi silencio de dos años y escribirme de este modo. Es más que benévolo al dar su preocupación por mí, a su extrañeza por el entumecimiento mental en que cree que estoy cayendo, la expresión de la ligereza y la broma que sólo dominan a los grandes hombres que están persuadidos de la peligrosidad de la vida, y sin embargo no se desaniman.
Concluye usted con el aforismo de Hipocrates Qui gravi morbo correpti dolores non sentiunt, iis mens aeggrotat (Quienes no sienten que una grave enfermedad les aqueja están mentalmente enfermos), y opina que necesito la medicina no sólo para domeñar mi mal, sino más aun para aguzar mi mente para el estado de mi interior. Quisiera contestarle como le merece de mí, quisiera abrirme del todo a usted y no sé cómo proceder.
(...) ¡Quién es el hombre para hacer planes!
Yo también juegue con otros planes. Su benévola carta también los resucita. Hinchados con una gota de mi sangre, revolotean todos ante mí como mosquitos tristes junto a un muro sombrío sobre el que ya no cae el sol luminoso de los días felices.
Quería descifrar como jeroglíficos de una sabiduría inagotable y secreta, cuyo hálito creía percibir a veces como detrás de un velo, las fábulas, los relatos míticos que nos han legado los antiguos y por los que sienten un gusto infinito e irreflexivo los pintores y escultores.
Recuerdo aquel proyecto. Se basaba en no sé qué placer sensual y espiritual: así como el ciervo acosado ansia sumergirse en el agua, ansiaba yo sumergirme en esos cuerpos rutilantes, desnudos, en esas sirenas y dríadas, en esos Narcisos y Proteos, Perseos y Acteones: desaparecer quería en ellos y hablar desde ellos con el don de las lenguas. Yo quería. Yo quería muchas cosas más. Pensaba reunir una colección de apotegmas, como la que recopiló Julio Cesar; usted recuerda la cita en una carta de Cicerón. Allí pensaba recoger las frases más curiosas que hubiese conseguido juntar en mis viajes a través del trato con los hombres sabios y las mujeres ingeniosas de nuestro tiempo o con gentes excepcionales del pueblo o personas cultas y notables; a ellas quería añadir hermosas sentencias y reflexiones de las obras de los antiguos y de los italianos, y todas las joyas intelectuales que encontrase en libros, manuscritos o conversaciones; además, la clasificación de fiestas y procesiones de especial belleza, crímenes y casos de demencia curiosos, la descripción de los edificios más grandes y singulares de los Países Bajos, Francia e Italia, y muchas cosas más. La obra entera se titularía Nosce te ipsum.
En pocas palabras: sumido en una especie de embriaguez, toda la existencia se me aparecía en aquella época como una gran unidad: entre el mundo espiritual y el mundo físico no veía ninguna contradicción, como tampoco entre la naturaleza cortesana y animal, el arte y la carencia de arte, la soledad y la compañía; en todo sentía la naturaleza, en las aberraciones de la locura tanto como en el refinamiento extremos del ceremonial español; en las torpezas de unos jóvenes campesinos no menos que en las dulces alegorías; en toda la naturaleza me sentía a mí mismo; cuando en mi cabaña de caza bebía de un cuenco de madera la leche espumeante y tibia que una mujeruca greñuda ordeñaba de las ubres de una hermosa vaca de ojos tiernos, aquello no era para distinto cuando, sentado en el banco de la ventana de mi estudio, bebía de un infolio el alimento dulce y espumeante del espíritu. Una experiencia era como la otra; ninguna era inferior, ni en naturaleza sobrenatural y fantástica, ni en fuerza material, y eso se repetía a todo lo ancho de la vida, a un lado y a otro; por todas parte estaba yo justo en medio y jamás percibí en ello una mera apariencia; o intuía que todo era una metáfora y cada criatura una llave de la otra y sentía que sería afortunado quien fuese capaz de empuñar unas tras otras y abrir con ellas tantas de las otras como pudiese abrir. Hasta aquí se explica el título que pensaba dar a aquel libro enciclopédico.
Es posible que quien esté abierto a tales punto de vista crea que se debe al plan bien trazado de una providencia divina el hecho de que mi espíritu tuviese que caer desde una arrogancia tan hinchada a este extremo de pusilanimidad e impotencia que es ahora el estado permanente de mi interior. Pero tales apreciaciones religiosas no tienen ningún poder sobre mí; pertenecen a las telarañas por las que mis pensamiento pasan raudo al vacío, mientras tantos compañeros suyos se quedan atrapados allí y encuentra un descanso. Los misterios de la fe se me han condensado en una alegoría sublime que se tiende sobre los campos de mi vida como un arco iris, en una lejanía constante, siempre dispuesto a retroceder si se me ocurriese correr hacia él para envolverme en el borde de su manto.
Sin embargo, mi estimado amigo, también los conceptos terrenales se me escapan de la misma manera. ¿ Cómo tratar de describirle esos extraños tormentos del espíritu, ese brusco retirarse de las ramas cargadas de frutos que cuelgan sobre mis manos extendidas, ese retroceder ante el agua murmurante que fluye ante mis labios sedientos?
Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa.
Al principio se me iba haciendo imposible comentar un tema profundo o general y emplear sin vacilar esas palabras de las que suelen servirse habitualmente todas las personas. Sentía un incomprensible malestar a la hora de pronunciar siquiera las palabras "espíritu", "alma", o "cuerpo". En mi fuero interno me resultaba imposible emitir un juicio sobre los asuntos de la corte, los acontecimientos del parlamento o lo que usted quiera. Y no por escrúpulos de ningún género, pues usted conoce mi franqueza rayana en la imprudencia, sino más bien porque las palabras abstractas, de las que conforme a la naturaleza, se tiene que servir la lengua para manifestar cualquier opinión, se me desintegraban en la boca como saetas mohosas. Me ocurrió que por una mentira infantil, de la que se había hecho culpable mi hija de cuatro años Katharina Pompilia, quise reprenderla y guiarla hacia la necesidad de siempre sincera y, al hacerlo, los conceptos que afluyeron a mis labios adquirieron de pronto un color tan cambiante y se confundieron de tal modo que, balbuciendo, terminé la frase lo mejor que pude como si me sintiese indispuesto y, de hecho, con la cara pálida y una violenta presión en la frente, dejé sola a la niña, cerré de golpe la puerta detrás de mí y no me repuse suficientemente hasta que di a caballo una buena galopada por el prado solitario.
Sin embargo, poco a poco se fue extendiendo esa tribulación como la herrumbre que corroe todo lo que tiene alrededor. Hasta en la conversación familiar y cotidiana se me volvieron dudosos todos los juicios que suelen emitirse con ligereza y seguridad sonámbula, que tuve que dejar de participar en tales conversaciones. Una ira inexplicable, que a duras penas podía ocultar, me invadía cuando escuchaba frases como: este asunto ha terminado bien o mal para tal y tal; el sheriff N. es una mala persona, el predicador T. es un buen hombre; el aparcero M. es digno de compasión, sus hijos son un derrochadores; otro es digno de envidia porque sus hijas son hacendosas; una familia está prosperando, otra decayendo. Todo esto me parecía sumamente indemostrable, falso e inconsistente. Mi espíritu me obligaba a ver con una proximidad inquietante todas las cosas que aparecían en tales conversaciones: igual que en una ocasión había visto a través de un cristal de aumento un trozo de piel de mi dedo meñique que semejaba una llanura con surcos y cuevas, me ocurría ahora con las personas y sus actos. Ya no lograba aprehenderlas con la mirada simplificadora de la costumbre. Todo se me desintegraba en partes, las partes otra vez en partes, y nada se dejaba ya abarcar con un concepto. Las palabras aisladas flotaba alrededor de mí; cuajaban en ojos que me miraban fijamente y de los que no puedo apartar la vista: son remolinos a los que me da vértigo asomarme, que giran sin cesar y a través de los cuales se llega al vacío.
Hice un esfuerzo por liberarme de ese estado refugiándome en el mundo espiritual de los antiguos. Evité a Platón; pues me aterraban los peligros de su vuelo metafórico. Sobre todo pensé en guiarme por los textos de Séneca y Cicerón. Esperaba curarme con esa armonía de conceptos limitados y ordenados. Pero no podía llegar hasta ellos. Comprendía esos conceptos: veía ascender ante mí su maravilloso juego con bolas doradas. Podía moverme a su alrededor y ver cómo jugaban entre sí; pero sólo ocupaban de ellos mismos, y lo más profundo, lo personal de mi pensamiento quedaba excluido de su corro. Entre ellos me invadió una sensación terrible de soledad; me sentía como alguien que estuviese encerrado en un jardín lleno de estatuas sin ojos; huí de nuevo al exterior.
Desde entonces llevo una existencia que transcurre tan trivial e irreflexiva que usted, me temo, apenas podrá comprenderla; una existencia que, desde luego, apenas se diferencia de la de mis vecinos, mis parientes y la mayoría de los nobles terratenientes de este reino y que no está del todo exenta de momentos dichosos y estimulantes. No me resulta fácil explicarle a grandes rasgos en qué consisten esos buenos momentos; las palabras me vuelven a faltar. Pues es algo completamente innominado y probablemente apenas nominable lo que se me anuncia en tales momentos llenando como un recipiente cualquier aparición de mi entorno cotidiano con un caudal desbordante de vida superior. No puede esperar que me comprenda sin un ejemplo y debo pedirle indulgencia por la ridiculez de mis ejemplos. Una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro tumbado al sol, un cementerio pobre, un lisiado, una granja pequeña, todo eso puede convertirse en el recipiente de mi revelación. Cada uno de esos objetos, y los otros mil similares sobre los que suele vagar un ojo con natural indiferencia, puede de pronto adoptar para mí en cualquier momento, que de ningún modo soy capaz de propiciar, una singularidad sublime y conmovedora; para expresarla todas las palabras me aparecen demasiado pobres. Es más, también puede ser la idea determinada de un objeto ausente, a la que se depara la increíble opción de ser llenada hasta el borde con aquel caudal de sentimiento divino que crece suave y súbitamente. Así había dado yo recientemente la orden de echar abundante veneno a las ratas que había en los sótanos de una mis granjas. Partí a caballo hacia el atardecer y no pensé más en el asunto, como bien puede usted imaginar. Entonces, cuando voy cabalgando al paso por la profunda tierra arada, sin nada más grave a mi alrededor que una cría de codorniz espantada y a lo lejos, sobre los campos ondulados, el gran sol poniente, se abre de pronto a mi interior ese sótano lleno de la agonía de esa manada de ratas.
Todo estaba dentro de mí: el aire fresco y lóbrego del sótano, saturado de olor fuerte y dulzón del veneno, y el eco de los chillidos de muerte que se estrellaban contra los muros enmohecidos; esas convulsiones apelotonadas de impotencia, de desesperaciones frenéticas; la búsqueda enloquecida de las salidas; la mirada fría de la cólera cuando coinciden dos ante la rendija taponada. Pero ¿por qué intento emplear de nuevo unas palabras de las que he renegado? ¿Recuerda, amigo mío, en Livio el maravilloso relato de Alba Longa? Cómo vagan sus habitantes por las calles que no han de volver a ver...cómo se despiden de las piedras del suelo! Le digo, amigo mío, que yo llevaba eso dentro de mí y, al mismo tiempo, Cartago en llamas; pero era más, era más divino, más animal; y era presente, el presente más pleno y sublime. ¡Allí estaba una madre que tenía alrededor a sus crías moribundas y temblorosas, y que dirigía sus miradas no a los muros implacables, sino al aire vacío o, a través del aire, al infinito, y que acompañaba esas miradas con un rechinar de dientes! Si un esclavo que servía se encontró lleno de horror impotente cerca de la Niobe petrificada, debió sufrir lo que yo sufrí cuando, dentro de mí, el alma de aquel animal enseñaba los dientes al atroz destino.
Perdóneme esta descripción, pero no piense que era compasión lo que me llenaba. No debe pensarlo de ningún modo: si no, habría elegido mi ejemplo muy torpemente. Era mucho y mucho menos que compasión; una enorme participación, un transfundirse en aquellas criaturas o un sentimiento de que un fluido de la vida y la muerte, del sueño y la vigilia había pasado por un instante a ella...pero ¿de dónde? Pues que tiene que ver con la compasión, con una asociación de ideas humanas comprensible, si otro atardecer encuentro bajo un nogal una regadera medio llena que ha olvidado allí un jardinero, y si esa regadera, y el agua dentro de ella, obscurecida por la sombra del árbol, y un ditisco que rema en la superficie de esa agua de una obscura orilla a la otra, si esa combinación de nimiedades me estremece con tal presencia de lo infinito, me estremece desde las raíces de los pelos hasta los tuétanos del talón de tal manera que desearía prorrumpir en palabras de las que se que, si las encontrase, subyugarían a esos querubines en los que no creo; y que luego me aparte en silencio de aquel lugar y al cabo de las semanas, cuando divise ese nogal, pase de largo con una esquiva mirada, porque no quiero ahuyentar la postrera sensación de lo maravilloso que flota allí alrededor del tronco, porque no quiero expulsar lo más que terrenales escalofríos que todavía siguen vibrando cerca de allí, alrededor de los arbustos. En esos momentos, una criatura insignificante, un perro, una rata, un escarabajo, un manzano raquítico, un camino de carros que serpentea por la colina, una piedra cubierta de musgos, se convierte en más de lo que haya podido ser jamás la amada más apasionada y hermosa de la noche más feliz. Esas criaturas mudas y a veces animadas se alzan hacia mí con tal abundancia, con tal presencia de amor, que mi mirada dichosa no es capaz de caer sobre ningún lugar muerto alrededor de mí. Todo, todo lo que existe, todo lo que recuerdo, todo lo que tocan mis pensamientos más confusos, me parece ser algo. También mí propia pesadez, el restante embotamiento de mi cerebro, se me aparece como algo; siento en mí y alrededor de mí una equivalencia maravillosa, absolutamente infinita y entre las materias que juegan contraponiéndose no hay ninguna en la que yo no pudiese transfundirme. Entonces es como si mi cuerpo estuviese compuesto de claves que me lo revelasen todo. O como si pudiésemos establecer una nueva y premonitoria relación con toda la existencia, si empezásemos a pensar con el corazón. Pero cuando me abandona ese extraño embelesamiento, no se decir nada sobre ello; y entonces no podría describir con palabras razonables en qué había consistido esa armonía que me invade a mí y al mundo entero no como se me había hecho perceptible, del mismo que tampoco podría decir algo concreto sobre los movimientos internos de mis entrañas o los estancamientos de mi sangre.
Aparte de estas curiosas casualidades, que, por cierto, no sé si debo atribuir al espíritu o al cuerpo, vivo una vida de un vacío apenas imaginable y me cuesta ocultar ante mi mujer el entumecimiento de mi interior o ante mis gentes la indiferencia que me infunden los asuntos de la propiedad. La buena y severa educación que debo a mi difunto padre y el haberme habituado tempranamente a no dejar desocupada ninguna hora del día, es, así me parece, lo único que, hacia afuera, sigue dando a mi vida una consistencia suficiente y una apariencia adecuada a mi condición y a mi persona.
Estoy reformando un ala de mi casa y de cuando en cuando logro departir con el arquitecto sobre los progresos de su trabajo; administro mis fincas, y mis aparceros y empleados me encontrarán probablemente más parco en palabras, pero no menos amable que antes. Ninguno de los que están con la gorra quitada delante de la puerta de su casa, cuando paso cabalgando al atardecer, se imaginara que mi mirada, que están acostumbrados a acoger respetuosamente, vaga con callada añoranza sobre los tablones podridos, bajo los cuales suelen buscar los gusanos para pescar; que se sumerge a través de la estrecha ventana enrejada en el lúgubre cuarto donde, en un rincón, la cama baja con sábanas multicolores parece esperar siempre a alguien que quiere morir o a alguien que debe nacer; que mi ojo se detiene largamente en los feos perros jóvenes o en el gato que se desliza elástico entre macetas; y que, entre todos los objetos pobres y toscos de una vida campesina, busca aquello cuya forma insignificante, cuyo estar tumbado o apoyado no advertido por nadie, cuya muda esencia se puede convertir en fuente de aquel enigmático, mudo y desenfrenado embelesamiento. Pues mi dichoso e innominado sentimiento surgirá para mí antes de un solitario y lejano fuego de pastores que de la visión del cielo estrellado; antes del canto de un último grillo próximo a la muerte cuando el viento de otoño arrastra nubes invernales sobre los campos desiertos, que del majestuoso fragor del órgano. Y a veces me comparo en pensamiento con aquel Craso, el orador, del que cuentan que tomo un cariño tan extraordinario a una morena mansa de su estanque, un pez opaco, mudo, de ojos rojos, que se convirtió en tema de conversación de la ciudad; y cuando en cierta ocasión, Domiciano, queriendo tacharle de chiflado, le reprocho en el senado haber vertido lágrimas por la muerte de aquel pez, Craso le contestó: "De ese manera hice yo a la muerte de mi pez lo que vos no hicisteis al morir vuestra primera, ni vuestra segunda mujer".
No sé cuantas veces ese craso con su morena me viene a la cabeza como un reflejo de mi propio yo, arrojado sobre mí por encima del abismo de los siglos. Pero no por la respuesta que dio a Domiciano. La respuesta puso a los reidores de su lado, de manera que el asunto se disolvió en una broma. Pero a mí el asunto me afecta, el asunto, que habría seguido siendo el mismo, aunque Domiciano hubiese vertido por sus mujeres lágrimas de sangre del más sincero dolor. En tal caso, Craso aún seguiría estando enfrente de él con sus lágrimas por su morena. Y sobre esa figura, cuya ridiculez y abyección salta tanto a la vista en medio de un senado que dominaba el mundo, que debatía las cuestiones más sublimes, sobre esa figura, un algo innombrable me obliga a pensar de una manera que me parece completamente insensata en el momento en que trato de expresarla con palabras.
La imagen de esa Craso está a veces en mi cerebro como una astilla alrededor de la que todo supura, pulsa y hierve. Entonces siento como si yo mismo entrase en fermentación, formase pompas, bullese y reluciese. Y el conjunto es una especie de pensar febril, pero un pensar con un material que es más directo, líquido y ardiente que las palabras. Son también remolinos, pero no parecen conducir, como los remolinos del lenguaje, a un fondo sin límite sino, de algún modo, a mí mismo y al más profundo seno de la paz.
Le he molestado en demasía, mi querido amigo, con esta extendida descripción de un estado inexplicable que normalmente permanece encerrado en mí.
Fue usted muy benévolo al manifestar su descontento por el hecho de que ya no llegue a usted ningún libro escrito por mí "que le resarza de verse privado de mi trato". Yo sentí en ese momento, con una certeza que no estaba del todo exenta de un sentimiento doloroso, que tampoco el año que viene, ni el otro, ni en todos los años de mi vida escribiré un libro en inglés ni en latín; y eso por un solo motivo cuya rareza, para mí embarazosa, dejo a la discreción de su infinita superioridad mental el ordenarla, con mirada no cegada, en el reino de los fenómenos espirituales y corpóreos extendido armónicamente ante usted: es decir, porque la lengua, en que tal vez me estaría dado no sólo escribir sino también pensar, no es ni el latín, ni el inglés, ni el italiano, ni el español, sino una lengua de cuyas palabras no conozco ni un sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas y en la que quizá un día, en la tumba, rendiré cuentas ante un juez desconocido.
Quisiera que me fuera dado comprimir en las últimas palabras de esta probablemente última carta que escribo a Francis Bacon, todo el amor y agradecimiento, toda la inmensa admiración que por el benefactor de mi espíritu, por el primer inglés de mi época, llevo en mi corazón y llevaré en el hasta que la muerte lo haga estallar. (*)
Anno Domini 1603, este 22 de agosto
Phi. Chandos
Hugo Von Hofmannsthal









Tres
1. Soñé que Georges Perec tenía tres años y visita- ba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.
2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos, perdidos en la grandeza de este basural in- terminable, errando y equivocándonos, matando y pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño, padre, tu sueño que no tenía límites y que hemos desentrañado mil veces y luego mil veces más, como detectives latinoamericanos perdidos en un laberin- to de cristal y barro, viajando bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos que gritaban ¡tor- nado! ¡tornado!, mirando las cosas por última vez, pero sin verlas, como espectros, como ranas en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño utópico, perdidos en la variedad de tus vo- ces y de tus abismos, maniacos depresivos en la ina- barcable sala del Infierno donde se cocina tu Hu- mor.
3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el huracán.

4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedaban restos arqueológicos.
5. Nosotros, los nec spes nec metus
6. Y alguien dijo:
Hermana de nuestra memoria feroz,
sobre el valor es mejor no hablar.
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Bailemos, pues, mientras pasa la noche
como una gigantesca caja de zapatos
por encima del acantilado y la terraza,
en un pliegue de la realidad, de lo posible,
en donde la amabilidad no es una excepción.
Bailemos en el reflejo incierto
de los detectives latinoamericanos,
un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostros
cada diez años.
Después llegó el sueño.

7. Soñé entonces que visitaba la mansión de Alonso de Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba despeda- zado por la enfermedad (literalmente me caía a pe- dazos). Ercilla tenía unos noventa y agonizaba en una enorme cama con dosel. El viejo me miraba des- deñoso y después me pedía un vaso de aguardiente. Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero sólo encontraba aperos de montar.



8. Soñé que iba caminando por el Paseo Marítimo de Nueva York y veía a lo lejos la figura de Manuel Puig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalones de lona ligera, azul claro o azul oscuro, depende.

9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en el cielo de Nueva York en forma de nube: una nube sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca.
10. Soñé que estaba en un camino de África que de pronto se transformaba en un camino de México. Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados con los poetas mendicantes del DF.

11. Soñé que en un cementerio olvidado de África encontraba la tumba de un amigo cuyo rostro ya no podía recordar.

12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién es- taba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un che- que de la Universidad Desconocida.

13. Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclear de Civitavecchia: una sombra se deslizaba por la ce- rámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhal decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba. ¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el yonqui de la cerámica, el húsar de la cerámica y de la mier- da, dijo.


14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido la revolución antes de hacerla y decidía volver a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De Quin- cey durmiendo. Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene que irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvía a salir a las calles oscuras de México DF.

15. Soñé que veía nacer y morir a Aloysius Bertrand el mismo día, casi sin intervalo de tiempo, como si los dos viviéramos dentro de un calendario de pie- dra perdido en el espacio.

16. Soñé que era un detective viejo y enfermo. Tan enfermo que literalmente me caía a pedazos. Iba tras las huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barrios de un puerto que podía ser Marsella o no. Un viejo chino afable me conducía finalmente a un sótano. Esto es lo que queda de Rosey, decía. Un pequeño montón de cenizas. Tal como está, podría ser Li Po, le contestaba.

17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me mi- raba casualmente en un espejo y reconocía a Rober- to Bolaño.
18. Soñé que Archibald McLeish lloraba—apenas tres lágrimas—en la terraza de un restaurante de Cape Code. Era más de medianoche y pese a que yo no sabía cómo volver terminábamos bebiendo y brindando por el Indómito Nuevo Mundo.

19. Soñé con los Fiambres y las Playas Olvidadas.

20. Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometida montado en una Legión de Toros Mecánicos.
21. Soñé que tenía catorce años y que era el último ser humano del Hemisferio Sur que leía a los her- manos Goncourt.

22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en una aldea africana. Había adelgazado un poco y adqui- rido la costumbre de dormir sentada en el suelo con la cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos pa- recían conocerla.

23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera apa- recía un veterinario sin rostro. Su cara era como un gas, pero yo sabía quién era.
24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por la Estación Nuclear de Civitavecchia.

25. Soñé que Arquíloco atravesaba un desierto de huesos humanos. Se daba ánimos a sí mismo: «Va- mos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelan- te.»

26. Soñé que tenía quince años y que iba a la casa de Nicanor Parra a despedirme. Lo encontraba de pie, apoyado en una pared negra. ¿Adonde vas, Bolaño?, decía. Lejos del Hemisferio Sur, le contestaba.

27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mo- chila el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo), éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arro- jaba mi mochila chamuscada por la ventana.
28. Soñé que tenía dieciséis y que Martín Adán me daba clases de piano. Los dedos del viejo, largos como los del Fantástico Hombre de Goma, se hun- dían en el suelo y tecleaban sobre una cadena de volcanes subterráneos.

29. Soñé que traducía a Virgilio con una piedra. Yo estaba desnudo sobre una gran losa de basalto y el sol, como decían los pilotos de caza, flotaba peli- grosamente a las 5.
30. Soñé que estaba muriéndome en un patio africa- no y que un poeta llamado Paulin Joachim me habla- ba en francés (sólo entendía fragmentos como «el consuelo», «el tiempo», «los años que vendrán») mientras un mono ahorcado se balanceaba de la rama de un árbol.

31. Soñé que la Tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York Kafka veía arder el mundo.

32. Soñé que estaba soñando y que volvía a mi casa demasiado tarde. En mi cama encontraba a Mario de Sá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al des- taparlos descubría que estaban muertos y mordién- dome los labios hasta hacerme sangre volvía a los caminos vecinales.

33. Soñé que Anacreonte construía su castillo en la cima de una colina pelada y luego lo destruía.
34. Soñé que era un detective latinoamericano muy viejo. Vivía en Nueva York y Mark Twain me con- trataba para salvarle la vida a alguien que no tenía rostro. Va a ser un caso condenadamente difícil, se- ñor Twain, le decía.

35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon. Ella no me quería. Así que intentaba hacerme matar en tres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuando ya era muy viejo, ella aparecía por el otro extremo del Paseo Marítimo de Nueva York y mediante se- ñas (como las que hacían en los portaaviones para que los pilotos aterrizaran) me decía que siempre me había querido.

36. Soñé que hacía un 69 con Anais Nin sobre una enorme losa de basalto.

37. Soñé que follaba con Carson McCullers en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices.
38. Soñé que volvía a mi viejo Liceo y que Alphonse Daudet era mi profesor de francés. Algo impercepti- ble nos indicaba que estábamos soñando. Daudet mi- raba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa de Tartarín.

39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis com- pañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnos del campo de concentración de Terezin. Cuando des- pertaba una voz me ordenaba que me pusiera en mo- vimiento. Rápido, Bolaño, rápido, no hay tiempo que perder. Al llegar sólo encontraba a un viejo detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto.
40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hu- biera dejado de existir.

41. Soñé que estaba soñando y que en los túneles de los sueños encontraba el sueño de Roque Dalton: el sueño de los valientes que murieron por una quime- ra de mierda.

42. Soñé que tenía dieciocho años y que veía a mi mejor amigo de entonces, que también tenía diecio- cho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacían en un sillón, contemplando el atardecer borrascoso de Civitavecchia.

43. Soñé que estaba preso y que Boecio era mi com- pañero de celda. Mira, Bolaño, decía extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!, ¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía con voz tranquila: pero temblarán cuando reconozcan al ca- brón de Teodorico.)

44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bos- que.
45. Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabras cristalinas en una taberna de Civitavecchia: «Los mi- lagros no sirven para convertir, sino para condenar», decía.

46. Soñé que era un viejo detective latinoamericano y que una Fundación misteriosa me encargaba en- contrar las actas de defunción de los Sudacas Vola- dores. Viajaba por todo el mundo: hospitales, cam- pos de batalla, pulquerías, escuelas abandonadas.

47. Soñé que Baudelaire hacía el amor con una som- bra en una habitación donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es lo mismo, decía.

48. Soñé que una adolescente de dieciséis años en- traba en el túnel de los sueños y nos despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía en un manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.

49. Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.
50. Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus amigos franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.

51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerra florida. Nadie había regresado. En los tablones de cuarteles olvidados en las montañas alcancé a leer algunos nombres. Desde un lugar remoto una voz transmitía una y otra vez las consignas por las que ellos se habían condenado.

52. Soñé que el viento movía el letrero gastado de una taberna. En el interior James Mathew Barrie ju- gaba a los dados con cinco caballeros amenazantes.

53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince años sino más de cuarenta. Sólo po- seía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro comen- zaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la espalda me escocía como si tu- viera alas.


54. Soñé que los caminos de África estaban llenos de gambusinos, bandeirantes, sumulistas.


55. Soñé que nadie muere la víspera

56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje anamórfico de los sueños, y que su mirada era dura como el acero pero igual se fragmentaba en múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más desvalidas.

57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo toma- ba en brazos, le compraba golosinas, libros para pin- tar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matar- te. Después se ponía a llover y volvíamos tranquila- mente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?

Roberto Bolaño






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